¿Qué viene a decirnos Francisco en Colombia?


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Pablo VI y Juan Pablo II besaron el suelo colombiano al bajar del avión. ¿Cuál será el gesto de Francisco, el obispo de Roma y primer papa latinoamericano, a su llegada a nuestra patria el próximo 6 de septiembre a las cuatro de la tarde?, ¿cuáles serán los gestos que acompañen su recorrido por Bogotá, Villavicencio, Medellín y Cartagena? Porque Francisco sabe acompañar su palabra de gestos conmovedores: le salen del alma.

Mientras en mi país se afinan detalles en preparación de la visita papal –sobre todo para que nadie se quede sin recibir su bendición– en Roma alistan la maleta bajo la coordinación de monseñor Mauricio Rueda Beltz, un colombiano, organizador de los viajes del papa desde 2016. Y me imagino que Francisco debe haber estado preparando el mensaje que trae a Colombia: al pueblo fiel colombiano, como supongo que, en la línea de la teología argentina del pueblo, nos identificará.

Supongo, también, que prepara loque va a decir a los responsables de dirigir el país y sus instituciones, y a los exguerrilleros de las FARC que dejaron las armas después de la firma de los Acuerdos de Paz y al ELN que no las ha dejado pero anunció un cese al fuego durante su visita: les hablará de la construcción de la paz que  él viene a blindar, de la reconciliación y el perdón, de la justicia –porque sin justicia no hay paz– y de la urgencia de transformar las estructuras. A lo mejor hablará del “buen vivir” –sumakkawsai– amerindio. Y habrá una palabra acerca de la corrupción.

Así mismo. lo que, desde la lógica de la misericordia pastoral (AL 307-312), va a decirles a las familias colombianas: a las “familias heridas” (AL 79; 305) y a las “familias, que están lejos de considerarse perfectas” (AL 57).

Y lo que dirá al “pueblo fiel”, que es como se refiere a la Iglesia –“pueblo que Dios se ha elegido y convocado” (EG 113)– y a la que reconoce como “misterio que hunde sus raíces en la Trinidad, pero tiene su concreción histórica en un pueblo peregrino” (EG 101). Invitará, supongo, a la construcción de una Iglesia servidora, “en salida”, “comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan” (EG 24), una “Iglesia pobre para los pobres” (EG 197).

También a acercarnos, como el samaritano de la parábola, a quienes están al borde del camino y a reconocer en ellos y ellas la presencia sacramental de Cristo porque “en cada uno de estos ‘más pequeños’ está presente Cristo mismo. Su carne se hace de nuevo visible como cuerpomartirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga, para que nosotros los reconozcamos, lotoquemos y lo asistamos con cuidado” (MV 15).

Ahora bien, las expectativas no se pueden reducir a qué nos va a decir el papasino a qué va a quedar después de su partida. Javier Darío Restrepo, director de Vida Nueva Colombia,escribió que Pablo VI vino a Colombia “a cambiar la historia de la Iglesia y del continente latinoamericano”, y que “la historia de Colombia sería otra si su voz hubiera sido escuchada” pero “resonó en el desierto”.Y no solo la visita de Pablo VI. También los discursos y alocuciones de Juan Pablo II en Colombia habrían podido cambiar la historia del país. ¡Habría que volver a leerlos!

Por eso no podemos permitir que la voz de Francisco resuene en el desierto, ni que su mensaje, como la semilla de la parábola, se lo lleve el viento y no queden sino los ecos de júbilo del pueblo colombiano que lo vitoreó a su paso.