Las vivencias personales y colectivas del largo aislamiento por el Covid-19 ha generado diversos sentimientos, actitudes y realidades sociales. Tenemos aquellos que se han tomado en serio esta prueba, como un tiempo de búsqueda de sentido, con el fin de reorientar sus vidas y simplificar sus aspiraciones, ello ha requerido una gran carga de realismo y sinceridad consigo mismo. Estos han tenido una postura sabia y prudente, poniendo en práctica lo que dice el libro de los Proverbios: “Hace más el sabio que el valiente, el hombre de ciencia más que el fuerte” (24,5).
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Otro grupo de personas ha vivido este dilatado periodo como shock que les ha trastocado su débil psicología y se sienten rotos por dentro, viviendo en el miedo aprensivo, la tristeza, o la desconfianza.
Algunos comienzan a sentir los zarpazos del paro y la escasez. Se trata de las personas y colectivos más vulnerables debido a factores económicos o culturales, “víctimas colaterales” del coronavirus, que no deben ser olvidadas en los tiempos posteriores a la crisis.
También están aquellos otros, que han utilizado el confinamiento para los intereses propios o de grupo, con el fin de hacer su “agosto”. Dicho comportamiento redobla la desgracia que padecemos, ya que no incita a la solidaridad entre los ciudadanos y crea recelos sobre las promesas de superación de los problemas actuales y venideros.
Aprovechados de turno
Esta epidemia sanitaria y humana no la dominarán los autosuficientes, mentirosos, timoratos y aprovechados de turno, sino aquellos valerosos ciudadanos y sensatos gobernantes que sepan conjugar estas tres virtudes claves: responsabilidad, prudencia y veracidad.
Así, cuando estamos iniciando las diversas fases de la desescalada, las autoridades competentes están pidiendo a los ciudadanos la máxima responsabilidad en el cumplimiento de la normativa vigente. La persona responsable es aquella que no se deja llevar por su comodidad, sentimientos o intereses, sino que valora la situación y utiliza su libertad en función del bien común. Cada uno en la sociedad tiene sus responsabilidades y debe responder ante su propia conciencia y ante la justicia. El cristiano ha de responder también ante Dios (cf. Mt 25,26).
Además, en una situación tan compleja como la que estamos padeciendo y para que la desescalada transite por los senderos de la cordura, es necesario que la responsabilidad vaya unida a la virtud de la prudencia. Ella es el juicio práctico que sabe valorar las diferentes circunstancias y prever las consecuencias de una determinada acción después de deliberar, juzgar y ordenar. De ella diría San Francisco de Sales: “Es la luz o antorcha de nuestra vida, que nos ilumina para no errar el camino… y preserva de la corrupción a las demás virtudes”.
Las personas y los pueblos son libres cuando viven en la verdad y prosperan en la solidaridad. Sin embargo, parece que hoy impera “la cultura de la mentira”, donde a la verdad se le teme, la sinceridad no se cotiza y el amor se frivoliza. Venceremos entre todos a este maligno virus, si amamos la verdad, respetamos los derechos esenciales y existe transparencia en las actuaciones. No olvidemos lo que al comienzo de este milenio nos decía san Juan Pablo II: “A lo largo de los siglos, la negación de la verdad ha generado sufrimiento y muerte. Son los más pobres e inocentes los que pagan el precio de la hipocresía humana” (Roma 21.4.2000).