Hace pocos días, en un nuevo aniversario de su primer viaje, aquel que hizo a la isla de Lampedusa para poner ante los ojos del mundo el sufrimiento de hombres, mujeres y niños a la deriva en el Mar Mediterráneo, el Papa Francisco nuevamente nos recordó a todos nuestra incapacidad de ver, nuestra ceguera ante determinados temas. Lo que hizo Francisco se llama “visibilizar”. Utilizó la atracción mediática de su presencia para mostrar a través de los medios esas dolorosas situaciones que, de otra manera, permanecen “invisibles”.
Podemos relacionar este modo de actuar del Papa con algunos sugerentes pasajes evangélicos. En el Evangelio de Marcos se nos cuenta que al llegar Jesús a Jericó un mendigo ciego que estaba junto al camino comienza a gritar: “¡Hijo de David, ten piedad de mí!”. (Jn. 9, 46-52) El relato señala que los discípulos que acompañan al Señor lo quieren hacer callar, no quieren que moleste al Maestro. Un mendigo gritando resulta inoportuno, conviene mantenerlo “invisible”. Jesús lo hace llamar y le pregunta: “¿Qué quieres que haga por ti?” Algunos pueden haber pensado que esa pregunta estaba demás, ¿qué iba a querer ese hombre? Seguramente una limosna o, acaso, ¿un milagro? El Maestro no da nada por supuesto y le pregunta qué quiere.
La experiencia nos enseña que muchas personas prefieren no ver algunas cosas. La ceguera de ese hombre es también una metáfora de multitud de cegueras que el Maestro ha venido a curar y la pregunta “¿qué quieres?” plantea un desafío: ¿realmente todos los que están ciegos quieren ver? O, para ser más directo: ¿estamos dispuestos a dejar de ser quejosos mendigos y mirar lo que no queremos ver?
En otro encuentro, con otro ciego, en Betsaida, Jesús cura la ceguera de aquel hombre haciendo algo desconcertante: hace barro mezclando su saliva y el polvo del camino y lo pone sobre los ojos del ciego. (Mc 8, 22-26) Después preguntó: “¿Ves algo?”, y entonces “el ciego abrió los ojos y dijo: Veo hombres, como si fueran árboles que caminan.” Borrosamente el ciego comienza a ver. Otra metáfora: ¿estamos dispuestos a ir poco a poco aprendiendo a ver lo que no queremos ver?
Dos mil años después el Papa Francisco hace enormes esfuerzos por “visibilizar” muchas tragedias que están a la vista de quien quiera ver. Al hacerlo no solo está siguiendo los pasos del Maestro de Galilea sino que además nos está mostrando un camino a recorrer: todos deberíamos preguntarnos sobre nuestras propias cegueras y, además, cuestionarnos sobre qué hacemos para visibilizar los dramas que nos rodean.
El barro sanador
En el relato del ciego de Betsaida se nos dice que después de que aquel hombre logra ver confusamente “árboles que caminan”, el Señor “le puso nuevamente las manos sobre los ojos, y el hombre recuperó la vista”. No se trata de magia sino de recorrer un camino en el que, poco a poco, se aprende a ver. Quizás Francisco también está poniendo barro en nuestros ojos.
La imagen del barro evoca el gesto creador de Dios que forma al primer hombre “con arcilla del suelo” (Gn 2,7). El Señor está re-creando, volviendo a crear, a ese que no puede ver. Todos los gestos del Maestro están cargados de enseñanzas que se iluminan unas a otras. Para comprender su mensaje es necesario estar dispuestos a ver, aunque lo que haya para mirar sea familias desesperadas llevadas a la deriva por océanos de egoísmos. “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo” (Mt. 25,40).