La pandemia ha obligado a cambiar algunos de los usos eucarísticos, como el del gesto de la paz. Por circunstancias que no vienen al caso, el pasado domingo tuve que celebrar la eucaristía en una parroquia distinta de aquella a la que voy habitualmente. Y hubo un detalle de la celebración que me sorprendió: a la hora de la comunión, los fieles no tuvimos que acercarnos al altar según un determinado orden, sino que fue el cura que presidía la celebración el que fue pasando por los bancos y repartiendo la comunión a aquellos que lo deseaban.
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Cristo acercándose
Después de un rato, comprendí que la “innovación” litúrgica resultaba enormemente interesante, dado que en el gesto se podía descubrir un evidente sentido simbólico. En efecto, acercarse a comulgar tiene el valor “gráfico” de hacer visible cómo la persona busca al Señor, haciendo de su vida una auténtica peregrinación. Y esto, naturalmente, es valioso. Pero el hecho de que el cura se acerque al fiel con la eucaristía tiene el valor simbólico de “ver” a Cristo acercándose a las personas. De este modo, para el que quiera verlo, volveríamos a presenciar algo parecido a la escena de los discípulos de Emaús: “Aquel mismo día, dos de ellos iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos…” (Lc 24,13-15).
Blaise Pascal, hablando de la búsqueda de Dios por parte del ser humano, dice en sus ‘Pensamientos’: “Consuélate, no me buscarías si no me hubieras encontrado” (n. 553). Es verdad, pero teniendo en cuenta que el encuentro con Dios –o con Cristo– siempre tiene un primer paso, que no es precisamente el del ser humano. Es lo que, en la tradición bíblica, se conoce como las “visitas” de Dios a su pueblo. Así, dice Moisés al recoger los huesos de José en Egipto que “este había hecho jurar solemnemente a los hijos de Israel, diciendo: ‘Ciertamente os visitará Dios, y entonces llevaréis de aquí mis huesos con vosotros’” (Ex 13,19). Y en el tercer evangelio, ante la resurrección del hijo de la viuda de Naín, todos los presentes, “sobrecogidos de temor, daban gloria a Dios, diciendo: ‘Un gran profeta ha surgido entre nosotros’, y ‘Dios ha visitado a su pueblo’” (Lc 7,16).