A veces nos complicamos demasiado la vida. Parece que para que tenga sentido debemos hacer muchas actividades, reunir muchas experiencias, ganar muchos ‘likes’ y ‘followers’, conseguir muchas acreditaciones, ir a todas las cenas, conseguir el reconocimiento de los más poderosos… pero yo solo quisiera vivir como un árbol.
Cuando se pierde de vista el principio y fundamento de nuestra vida, entonces nos solemos agarrar al reconocimiento de los demás, los placeres de los cuerpos o el poder sobre los otros para que la vida tenga sentido. Quien así vive, mira la vida de quien no está en esa carrera por la gloria y puede llegarle a parecer que su vida no tiene sentido, le parecen vegetales. A quien vive en la cúspide, todo el resto de las vidas le parecen carentes de suficiente sentido. ¿De qué vale vivir si no luchas para ser otro Julio César? Pero siempre hay un César por encima de ti que te haga sentir que tu vida tiene menos sentido que la suya. Mejor harían en aprender de los árboles.
Pienso en mi madre, que ha vivido entregada a su familia, desde que la quitaron siendo niña de la escuela para cuidar a su abuela, hasta que es el soporte ahora de mi padre en su ancianidad, que nos trajo a la vida a cada uno de sus hijos y que atendió a sus padres, a sus suegros, a su hermano, a su cuñada, a sus nietos y a todos cuantos ha tenido al lado en su nacer, su vivir y su morir.
No ha ganado nunca ningún premio salvo uno de baile con mi padre cuando eran jóvenes. No tiene doctorados ni ha presidido fundaciones, no ha escrito ningún libro ni le han hecho entrevistas, no ha participado en partidos políticos ni escrito ninguna ley, no tiene más cargos internacionales que ser abuela de nietos que viven en dos países distintos y en la única ONG en la que ha tomado parte fue fregando los suelos de un albergue para personas sin hogar. Como tantos miles de millones de personas en el planeta y en la historia. Hay quien podría ver esas vidas y opinar que tienen menos sentido porque no han luchado tras pancartas, no han pertenecido a grupos, no se mueven en redes, no lideran proyectos sociales…
¿Y quién duda si la vida de un árbol tiene sentido? Veo desde la ventana de mi trabajo un árbol que tengo a mi lado. Si extendiera mi mano podría tocarlo. Las vidas de los árboles tienen todo el sentido del mundo. Crecen, reciben al Sol, profundizan sus raíces, beben agua, dan sombra, se mueven al viento, sostienen a las aves en sus ramas, acogen sus nidos, dan frutos al mundo, esparcen sus semillas, crean suelo, limpian el aire, nos dan su madera, son bellos. E incluso después de muertos siguen sirviéndonos; continúa su legado. Es con esa madera con la que se hacen tronos y cunas, retablos y marcos para las fotos del salón, libros y naipes para jugar… Tiene más consistencia el sentido de la vida de los árboles que la nuestra cuando corremos buscando las glorias frívolas.
A veces pienso que hay más coherencia en los árboles que en el conjunto de la humanidad. Contemplo mi árbol que pasa horas y horas junto a mí, mientras estoy sentado leyendo, escribiendo, investigando, reunido, llamando… Me inspira y acompaña. Me gustaría vivir como un árbol, con esa paz, una vida bella que cante sus tonos más graves y los más altos, que sienta con toda su realidad el Sol en la cara y el viento en las manos, que no tome más del mundo de lo que necesita, que sea belleza en su trocito de tierra. Creo que debemos preguntar a los árboles, igual que Jesús nos puso de maestros a los lirios del campo.
Pienso en mi madre y pienso en un árbol. Pienso en que mi árbol tiene mucho que enseñarme sobre el sentido de vivir.