Teresa Gutiérrez JEC
Coordinadora Europea de JECI-MIEC

Vivir el asociacionismo


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Siempre bromeo entre mis círculos más cercanos con que el asociacionismo me da y me quita la vida a partes iguales. Ciertamente, participar es una tarea bastante árida, especialmente en la etapa de la juventud. Las necesidades son muchas y el tiempo es limitado, porque no se puede ser joven toda la vida, y nos pasamos los años haciendo malabarismos para poder atenderlas en la medida de lo posible sin descuidar nuestros exámenes, nuestros primeros empleos y, por supuesto, el resto de nuestra vida. Una persona acostumbrada a los espacios de participación sabe que probablemente a su alrededor nadie entienda por qué “pierde tiempo” en reuniones infinitas, asambleas, grupos de trabajo y burocracia. Por otro lado, también está la otra cara de la moneda, esa exclamación que constantemente escuchamos cuando llega un encuentro a nivel estatal, Europeo o Internacional: “¡Qué bien te lo montas, todo el día viajando!”.



Sabemos que participar conlleva muchos sacrificios, pero tener la JEC en el corazón impulsa a salir a los ambientes, y estos espacios forman parte de ellos. Para mí el Movimiento es familia, es hogar. Me siento cuidada y querida por Jesús a través de tanta gente buena. Es una red grande y tupida que me ha salvado una y mil veces de caer al vacío. Un sitio donde siempre puedo volver y sentarme a descansar cuando ya no me quedan fuerzas. Pero sobre todo, es el espacio donde me siento más Iglesia y más en salida. Solo esa razón sería más que suficiente para dar gratis lo que he recibido gratis, echando una mirada al mundo y tratando de transformarlo en la medida de lo posible. ¡Pero hay más! Formar parte de una realidad más grande conlleva también una riqueza inimaginable. Si dos personas del mismo grupo de revisión de vida son completamente distintas, esta diferencia se acentúa casi hasta el infinito en dos personas de diferentes países o continentes. Pero nos une la fe y las ganas de dejar el mundo un poquito mejor de lo que nos lo encontramos.

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En concreto la realidad europea está en un momento de efervescencia, que se ha materializado en un encuentro para estudiantes de más de 15 nacionalidades diferentes. La ciudad de Budapest ha acogido en su Centro Europeo de Juventud una sesión de estudio titulada “Students strengthening peace through Human Rights’ Education (Estudiantes fortaleciendo la paz a través de la educación en Derechos Humanos)”. Es muy emocionante ver a personas tan diversas llegando a puntos de acuerdo, y presenciar cómo se plantan las semillas de amistades tan poderosas entre personas que una semana atrás eran completamente desconocidas. La mejor forma de fortalecer la paz entre países a través de los Derechos Humanos es crear vínculos con gente de diferentes culturas. La construcción del Reino de Dios nace de esta paz, y para mí, empieza en la certeza de que si voy a Grecia, Portugal, Francia, Alemania o Rumanía tengo un contacto al que llamar, aunque sea para tomar un café. Para dejarme interpelar por los conflictos que ocurren en el mundo me ayuda poner nombre y rostro a las personas que habitan esa zona en conflicto. 

Solo quien ha vivido este tipo de eventos puede entender la importancia de ellos, lo especiales que son y el tipo tan intenso de vínculos que se crea en unos pocos días. A veces pensamos que estamos solas en nuestro grupo, parroquia, diócesis o realidad estatal. Pero de vez en cuando viene bien levantar un poco más la vista y observar que a nuestro lado caminan en sinodalidad otras personas con sus propias historias, pero mirando al mismo horizonte. Y por supuesto que salir implica una pizca de incomodidad, porque puede llevar consigo vencer la timidez, volar en soledad a un país desconocido, aparcar las amistades y la familia durante los puentes y las vacaciones, y mucho más. Pero estas experiencias no las cambio por nada del mundo