Dicen que, después de este tiempo de confinamiento, se van a multiplicar los divorcios y las separaciones. No parece algo novedoso, pues sucede lo mismo después de las vacaciones de verano o de Navidad. Pareciera que la estrecha convivencia durante más tiempo del habitual pone sobre la mesa los conflictos que permanecían escondidos, aunque latentes, en el día a día. No creo que esto sea una exclusiva de la vida matrimonial. De hecho, ya he sabido de algunos abandonos de la Vida Consagrada que se han producido en estas circunstancias. Una valoración rápida de estos fenómenos nos podría hacer concluir que compartir demasiado tiempo bajo el mismo techo acaba con los ideales vocacionales de cualquiera, sea de pareja o sea de vida comunitaria. Pero tengo la sensación de que la realidad, una vez más, resulta más compleja de lo que parece.
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Maestros y artesanos
Creo que haber dejado durante un tiempo largo nuestras actividades habituales ha evidenciado en qué medida estas nos sirven para entretenernos y nos impiden percibir lo esencial de nuestra vida. Si esto es válido para todo el mundo, creo que más para la Vida Consagrada. De hecho, me llamó mucho la atención que, cuándo comenzó el estado de alarma, se envió desde la Conferencia Española de Religiosos (CONFER) un documento. En él se recogían algunas claves para vivir el confinamiento de modo psicológicamente sano. Quienes deberíamos ser maestros y artesanos de la vida en comunidad, de repente requeríamos de estrategias psicológicas para convivir dentro de nuestra propia casa. ¿No resulta un poco extraño?
Por más que estemos cansados de decir que no somos aquello que hacemos, demasiadas veces nos identificamos con nuestras tareas. Si en el ámbito laboral se nos pide eficacia, desde el lenguaje creyente se nos habla de servicio. Ambas exhortaciones pueden acabar con facilidad en cierto activismo del que no se libra nadie… ni siquiera los no creyentes. Podemos habernos identificado tanto con aquello que hacemos que una pausa despierte en nosotros preguntas incómodas sobre el sentido de nuestra existencia. Si ha sido así ¡bendito parón de tres meses! Sea cual sea nuestra vocación, quizá sea la oportunidad de cuestionarnos por qué hacemos lo que hacemos. Aprovechemos estas circunstancias para ir a lo importante, para optar por lo que sí es valioso y, en creyente, para arraigarnos en Quien fundamenta nuestras vidas.