Rixio Portillo
Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey

Votar bien es hacer el bien


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En la línea de los diversos procesos electorales de estos días en el continente, la necesidad de proponer un breve comentario sobre el difícil reto de discernir una opción, y elegir para votar en unas elecciones.

Difícil reto, porque anteriormente se pedía que la opción fuesen personas católicas, pero el tiempo ha demostrado que eso ya no es suficiente, y no solo por una sana laicidad en la política, sino porque realmente los principios de libertad de pensamiento y de conciencia, permiten cualquier profesión de fe, enfocada en el bien.



Por eso, una lista de criterios para discernir, de cara a la conciencia, por el bien personal, familiar y social, pues no solo se vota por intereses personales, familiares, sino sobre todo sociales.

Un buen ejemplo de la repercusión social de un voto es como las elecciones han condicionado generaciones futuras, las elecciones federales de Alemania, en 1932 y 1933 repercutieron en todo el mundo, más de una década después.

Lista de criterios

Entrando en materia, votar bien es hacer el bien porque es elegir el bien como principio rector de las decisiones, y ya eso condiciona las alternativas disponibles — al menos cuando las hay—.

Lo primero es por una opción democrática, en la que prevalezca el sentido de la democracia, del respeto a las instituciones, al equilibrio de poderes, a no aferrarse al poder. Resulta asombroso cómo muchas de las elecciones hoy en día están ensombrecidas por la duda de la perpetuidad en el poder de los candidatos. Hasta los hacen firmar en una notaría que no se van a reelegir. Parece un chiste, pero es verdad.

Lo segundo, el discurso para sumar, no para restar y dividir, sino que incluya a todos, y no a la mayoría, o a su mayoría, ya que la política tiene un ideal superior, el bien común. Un político que sirva a todos, todos, y todos, y no solo a los que votaron por él, o están de acuerdo con él.

Lo tercero, la honestidad, ya se sabe que el tema de la corrupción es sensible, que es una tentación recurrente, que para muchos la política es la autopista acelerada a la riqueza fácil, pero no habría que deja de insistir en esto, una política transparente es posible en sociedades honestas, con ciudadanos honestos y con una formación ética en todos los niveles.

Lo cuarto, la defensa de la persona humana, una política para la vida y no para la muerte, para la inclusión y no para el descarte, para la cultura del derecho y del deber, para proteger al indefenso, al vulnerable, al no nacido, pero también al migrante, al exiliado, al refugiado. Un político humano para las sociedades humanas.

En quinto lugar, un político desde la proximidad real y no el estrépito del show, que no importa si baila o canta, pero que no pretenda gobernar porque sabe bailar y cantar, o tener muchos likes y seguidores en redes sociales. La realidad no es TikTok, aunque se le parezca.

Por último, la política como expresión más alta de caridad, cómo fue descrita por Pío XI y como ha sido reiteradamente señalada por la Doctrina Social. Un político en clave de amistad social, que no tiene enemigos, ni adversarios, sino hermanos, connacionales, personas con las que compartir la desafiante aventura de servir a su pueblo, y no, servirse de la masa empobrecida. No guerrerista por interés, sino pacífico por convicción.

En síntesis, los criterios para elegir bien son: la democracia, la suma en el todo (no totalitarismo), la honestidad, la defensa de la persona humana, y la expresión de caridad en clave de amistad social.


Por Rixio Gerardo Portillo. Profesor e investigador en la Universidad de Monterrey.