Este año la celebración de Pentecostés ha ocurrido muy cerca de uno de los acontecimientos más importantes para la juventud estudiante: las pruebas de acceso a la universidad. Los centros de estudios y las redes sociales se están llenando de llantos, sufrimiento, desahogos, ansiedad… y no es para menos. Hace mucho que se nos dice que es un momento decisivo en nuestra vida. Un punto de inflexión en el que nos jugamos mucho para determinar nuestro futuro, siempre y cuando queramos (o podamos) ir a la universidad. Durante la ESO y Bachillerato tenemos esos exámenes en la mente, como un fin en sí mismo. Muy pocas personas tienen la posibilidad de emplear este tiempo como una inversión para adquirir sabiduría, en lugar de un sacrificio para alcanzar una buena calificación en esta dura prueba de fuego. Y cuando acabamos, se nos queda una sensación de vacío en el cuerpo… ¿y ahora qué? Es raro, porque estos exámenes deberían marcar el nacimiento de nuestra vida universitaria. Esta coincidencia de acontecimientos se me antoja cargada de simbolismo para quienes seguimos a Cristo. En las siguientes líneas explico por qué…
- PODCAST: Sinodalidad sin aditivos
- ¿Quieres recibir gratis por WhatsApp las mejores noticias de Vida Nueva? Pincha aquí
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
En el quincuagésimo día después de Pascua, celebramos la llegada del Espíritu que marca el nacimiento de nuestra Iglesia. Es un gran día para todas las personas bautizadas, y coincide con el día del apostolado seglar y de la Acción Católica. Parece ser que la fiesta de Pentecostés tiene su origen en el Shavuot, una fiesta judía celebrada 50 días después de la aparición de Dios a Moisés en el Monte Sinaí, marcando el nacimiento del judaísmo. Pero esta a su vez venía de una fiesta pagana de origen agrícola, que coincidía con la recolección y siega, así que no se produciría siempre exactamente 50 días después. Lo que está claro es que estamos en época de nacer, de renacer, de renovar. Yo no sé de campo, y me gustaría saber. Pero dentro de mis escasos conocimientos, sé que el ser humano no elige (o no debería elegir) cuándo sembramos o cuando recogemos, sino que a raíz de observar lo que nos rodea, vamos adaptando los procesos al estado y necesidades de la tierra. Este año, Pentecostés ha supuesto una renovación aún mayor con la constitución apostólica ‘Praedicate Evangelium’, después de casi una década de reformas. ¡Cuánto nacimiento junto!
Una oportunidad de conversión
Al principio de la Cuaresma, durante el miércoles de ceniza, se nos dice: “Conviértete y cree en el Evangelio”. ¡Qué oportunidad más maravillosa tenemos de conversión ahora también! Y es que la conversión es un proceso que dura toda la vida. El proceso sinodal está ayudando mucho en esto. Nos recuerda que la Iglesia es nuestra, de todas las personas bautizadas. Todo lo que se ha ido gestando desde el miércoles de ceniza ahora nace y crece. Jesús, después de resucitar, nos pasa el testigo. Ahora el Espíritu está sobre nosotros y nosotras. ¡Menuda responsabilidad! Así que Pentecostés, al igual que la prueba de acceso, es un acontecimiento que marca un antes y un después. Pero me hago la misma pregunta en ambos casos. ¿Qué es lo más importante? ¿Lo que ha sucedido, o lo que viene ahora? ¿Sacar una notaza o elegir una carrera que me haga feliz? ¿La Resurrección o comunicar la Buena Noticia al mundo?
A nivel litúrgico, después del 5 de junio hemos vuelto al tiempo ordinario. Ya está, se ha acabado la Pascua. ¿Y ahora, qué? ¿En qué consiste evangelizar hoy, en el año 2022? ¿Consiste en ir a misa y en conocer las escrituras o en celebrarlas y hacer de ellas una forma de vida? ¿Se trata de leer la Biblia o de aplicar sus enseñanzas en el día a día? ¿Es hacer oración para hablar a Dios o también para escucharle? ¿Y qué hacemos aparte de orar? Ahora es un buen momento para juntarse con las personas rechazadas y dignificarlas, igual que Jesús hacía con las de su tiempo. Mujeres, inmigrantes, personas con discapacidad, del colectivo LGBTIQ+… En el Reino de los Cielos todas las personas tenemos cabida. Al fin y al cabo, somos Iglesia en salida, y nuestra querida Acción Católica tiene mucho trabajo que hacer ahí. Somos una Iglesia más renovada que nunca, pero arraigada en el Amor. Sí, con mayúscula. En este tiempo ordinario, pero extraordinario, practiquemos la revolución del amor. Seamos una Iglesia que acoge, que acompaña, una Iglesia viva y vivida. La Iglesia empieza aquí y ahora.