Y descendió a los infiernos… Quizás, uno de los acercamientos más cercanos que podemos vivir como personas a esta expresión (más allá de las situaciones infernales que aún existen en el mundo) es conectarnos con nuestras heridas y traumas más profundos con el fin de redimirlas, resucitarlas, para que nos dejen de doler y podamos subir a los cielos en vida.
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Una metáfora nos puede servir: a muchos metros bajo nuestros pies, la tierra es recorrida por verdaderos ríos de agua a diferente profundidad, que son interceptados por nuestras máquinas y tubos, dando lugar a los benditos pozos que dan vida a un lugar. En la superficie, nada hace suponer la presencia de estas arterias fluviales que irrigan los terrenos reuniendo aguas acumuladas por años y que yacen en la oscuridad. Solo cuando una mano experta sabe dónde buscar y tiene la perseverancia para atravesar con su broca todo tipo de suelos y romper hasta la roca, puede contemplar extasiado la explosión del chorro de agua que se encumbra como petróleo en medio de la sequía y necesidad.
El modo humano
De modo parecido, ocurre con los dolores más intensos recibidos en nuestra infancia, que ocasionaron traumas en nuestro modo de relación con nosotros mismos, los demás, con Dios y la creación. Quedaron sepultados en el fondo de nuestro cuerpo y psique, y siguen influyendo e irrigando nuestros pasos. Y, hasta que no llegue un experto a sacar toda esa energía acumulada y canalizarla para bien, seguirá nuestro ser sin poder subir a los cielos de su plenitud y libertad para amar y servir a Dios con su originalidad. Seguirá buscando saciar su sed en oasis falsos que solo aumentarán su ansiedad y dolor existencial.
Descender a los infiernos no se trata solo de recordar, analizar, contextualizar, rehacer el relato de lo que vivimos con los recursos actuales, sino que también traer a la conciencia física, a nuestro cuerpo, todas las sensaciones que quedaron ahogadas, reprimidas, encapsuladas en las capas de nuestra memoria inconsciente y que no pudimos procesar.
Ríos de tristeza
Son verdaderos ríos de tristeza, impotencia, rabia, dolor, y quién sabe más, que nos recorren como sensaciones físicas a metros de profundidad. Un especialista en traumas, hoy, puede, con extremo cuidado, ir perforando nuestros recuerdos, desbloquearlos e ir liberándolos de su carga emocional distorsionada, ayudándonos así a vivir conforme a la realidad y con más paz.
Un ejemplo puede ayudar: había una mujer que, durante su infancia vivió en una familia ZERO; es decir, una que fue incapaz de proveerle el amor incondicional y las necesidades básicas que un niño necesita par crecer medianamente seguro y en paz. A pesar de sus éxitos a nivel laboral y familiar, una voz interior la torturaba por dentro diciéndole en toda ocasión y con mucha crueldad que era inadecuada, rara, distinta y que no pertenecía a ningún grupo ni comunidad. La falta de certeza en el nido inicial la había traumado, heredándole una voz condenadora y paranoica de que nunca estaba a la altura ni demanda de los demás. Una vez que “perforó” su psique con un especialista en trauma, pudo reconocer las sensaciones de su cuerpo, las falsas creencias que las sustentaba, comenzar a asimilar unas nuevas y de a poco, sacar a flote su valor real.
Un proceso lento
Como todo descenso y ascenso, requiere un gran esfuerzo en tiempo y en cuidado personal. Cuando se baja a los infiernos de los mayores sufrimientos del alma, habrá que ser conscientes de que las heridas estarán en carne viva y que habrá que tratarse con compasión y pedirle a los demás un tratamiento especial. Cada roca que hay que ir rompiendo para llegar será una lucha espiritual y cada “explosión” de llanto será energía que habrá que canalizar para no dejar la embarrada con los que no comprenden o conocen este peregrinaje espiritual.
Habrá que encomendarse a Dios y a la Virgen, con toda la esperanza de que vendrá la resurrección y la paz al final. Si el mismo Señor recorrió este camino, cada cual, con solo seguir sus pasos, también lo puede lograr. Será un andar lento, que demandará concentración y disciplina en la oración para no renunciar; porque sin prisa, pero sin pausa, podremos llegar a ser todo lo que Dios soñó de nosotros y darle gloria con la plenitud de nuestro ser y hacer.