Primero fue el Motu Proprio ‘Spiritus Domini’ (el Espíritu del Señor), publicado por Francisco de Roma el 11 de enero de este año, y donde se levantaba la prohibición de que las mujeres puedan recibir los ministerios litúrgicos instituidos, como lectorado y acolitado, hasta ahora reservados a varones que se preparan para el presbiterado.
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Ahora, el pasado martes 11 de mayo, aparece el ‘Antiquum ministerium’ (Antiguo ministerio), en el que el Papa instaura de manera oficial el de catequista como un ministerio instituido para toda la Iglesia. Los dos documentos reflejan algo que necesitamos saludar con entusiasmo, pues combaten dos reduccionismos muy perniciosos para la Iglesia Católica: la masculinización de los servicios evangelizadores, y la idea tan extendida en los grupos apostólicos de que nada más quien distribuye la sagrada comunión puede recibir el calificativo de ministro.
Así es. No sólo el ministerio del presbiterado está reducido a los varones, sino que muchos de los servicios que incluyen coordinación o liderazgo pastorales están encomendados a ellos. ¡Ah!, pero las mujeres, eso sí, se han encargado siempre de las tareas más pesadas. Gracias a ellas, por la recaudación de donativos en las parroquias adineradas, o por la elaboración de enchiladas, tacos, tortas y demás exquisiteces culinarias en las fiestas patronales, es que se han podido levantar templos e instalaciones parroquiales.
Una palabra con connotaciones
Por otra parte, en las comunidades eclesiales la palabra ministro goza de una connotación exclusivamente litúrgica, circunscrita al servicio del altar. No me detengo en las tentaciones de protagonismo, de superioridad moral y de clericalización que deben enfrentar estos laicos, al verse distribuyendo la comunión, llevando la reserva al sagrario y el viático a los enfermos agonizantes. Su atuendo los distingue y, como a los consagrados, los reviste con una aureola de supuesta santidad.
Bienvenido, entonces, este esfuerzo por reconocer en la catequesis un ministerio instituido, y no un simple encargo como ha sido hasta ahora. Aplaudamos este reconocimiento a las catequistas no sólo infantiles, sino también a quienes se encargan de las pláticas pre-sacramentales y de llevar la Palabra de Dios a los más pobres y alejados en regiones selváticas. En algunas partes se es llama coordinadores, responsables de comunidad, líderes pastorales… hoy ya se les podrá decir “ministros”.
Pero: ¿y quienes no se dedican ni a la catequesis ni a la liturgia y sí a la pastoral social? ¿Las personas que dan de comer a los hambrientos, que hospedan a los migrantes, que lleven despensas a los ancianos abandonados y cobijas a quienes padecen el frío: seguirán sin que se les reconozca su ministerio? ¿Y los que promueven educacionalmente a los desempleados, y consiguen tratamientos médicos para los enfermos? ¿Y los jóvenes que buscan transformar este mundo con su participación política? ¿Para cuándo los ministerios sociales laicales?
Todos ellos no necesitan que se les conceda el título de ministro. Pero la Iglesia sí necesita dárselos pronto, para que no siga proyectando la idea de que sólo la catequesis y la liturgia son verdaderas evangelizaciones.
Pro-vocación. Bajo el lema: “El amor gana”, sacerdotes católicos alemanes bendijeron, en más de 100 templos de todo el país, a parejas del mismo sexo, en franca rebeldía a la indicación del Vaticano, que acaba de prohibir tales ritos. Como los curas no han sido reprimidos por sus obispos, ya hay expertos que ven un cisma a la puerta, tal y como sucedió con Lutero hace ya 500 años. Volveremos sobre el tema.