Rixio Portillo
Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey

¿Y los que no están polarizados?


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En un comentario publicado anteriormente en este espacio se abarcaba la complejidad del problema de la polarización en el tejido social. Y seguramente algunos de los lectores sucumbieron a la tentación de no ubicarse en ninguno de los dos extremos, con el fin de salir incólume de la situación.



No fueron los únicos, Mario Moreno Cantiflas, en uno de sus folclóricos personajes mexicanos usaba la frase: “ni lo uno, ni lo otro, sino todo lo contrario”, la cual está impregnada de un amplio sentido humorístico, pero en el fondo vacía, poco alentadora y nada comprometida.

De allí, la propuesta de no solo no quedarnos en ningún lugar del tejido social, en una especie de inercia neutral, sino en tomar partido de cara al bien común. Pues nadie queda excluido de lo social, todos tienen algo que aportar.

En la ciudad de Bogotá

EFE

Los no polarizados también excluyen

Recientemente el Dr. Javier García Justicia, amigo y compañero en la universidad en la que trabajo, hablaba en un texto sobre la violencia simbólica, esa que está en los hechos: la conducta, el comportamiento, el discurso y no necesariamente es tan evidente como la física.

Hablaba de la violencia simbólica como aquella que ejerce “el poder de imponer significados como legítimos a través de relaciones de poder”, como una fuerza de exclusión en la que sino estamos polarizados, al menos excluimos al que no tiene rasgos que según nuestra percepción son los adecuados. Según el texto citado: “en una especie de eliminación simbólica del otro”.

Es que la polarización, la discriminación, la exclusión, la xenofobia (simbólica, real o física), no es hija de padre desconocido, como mencionaba el célebre José Luis Martín Descalzo, en su relación con el mal en el mundo. Somos todos y cada uno de nosotros los que entramos en esa dinámica de rechazar lo diferente, lo diverso, y sobre todo lo que no se parece a los estándares reducidos que tenemos de la realidad.

El riesgo es que la exclusión por etiquetas y categorías humanas o sociales es una tentación ideológica, esa que Hitler y su importante aparato de propaganda nazi definió como enemigo común, en una nueva moral de conciencia superior.

Humano, hermano y amigo

El Papa Francisco lo ha referido en su importante discurso en la Plaza de San Pedro, el año pasado durante la tempestad del Covid – 19. Con la pandemia “se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos”.

Y creo que allí ya hay una clave de comprensión, primero el ego pretencioso de aparentar una superioridad estéril, vacía o autoritaria, muy común en algunos políticos con p minúscula, que solo se sirven del pueblo para alimentar su desmedido complejo del yo (sin mencionar a ninguno).

Pero también como segundo aspecto, el evadir esa pertenencia que nos incluye en una misma realidad natural y social, lo humano como hermanos, con el fin de no quedarnos en la neutralidad pasiva de la no polarización, o en la violencia simbólica de excluir con pequeñas acciones a los demás.

En una comprensión de lo humano desde y por lo relacional, en lo que Benedicto XVI llamaba antropología del don, que es puesta en práctica desde la excedencia del darse, al estilo mismo de Jesús, en un camino en la que es posible la solidaridad en el límite extremo de “no hay amor más grande que el dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos” (Cfr. Jn 15,13).