Esta Noche, buena, muchos “pastores” correremos a Belén (Lc 2, 16). Correremos a Jesús. Correremos a la Luz. Correremos a un huequito de calor entre la mula y el buey y entre una mujer joven recién parida con José, su pareja. Ambos un poco desubicados. Agotados de un camino largo e inseguro, de las tensiones y temores del parto (y más siendo primerizos). Pero también imagino que estaban ilusionados por el niño recién nacido, por la emoción de ese primer lloro cuando la nueva vida empieza a respirar por sí misma, por la ternura de arropar a quien has dado a luz y es carne de tu carne. También José, que como cualquier padre, aunque no paran al hijo, nada les impide emocionarse y jugarse la vida si hiciera falta por ese niño o esa niña que acaba de nacer. Toda esta mezcla de emociones, tan humana, tan entrañable, ¡no me digáis que no es un buen lugar de acogida y calorcito para quedarse al menos esta noche! ¡Corramos a Belén, corramos al menos esta noche hasta Él!
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Ahora bien, el relato evangélico de Lucas me pone en pista con otros dos detalles tan importantes como esta primera decisión de correr a Belén: uno es contar lo que les habían dicho del niño (Lc 2, 17). ¿Os imagináis que fuéramos capaces de compartir esta noche –buena- con quienes estemos, lo que hemos oído decir del Niño? Igual sería un bonito ejercicio: entre pavo, villancico y turrón, con toda sencillez contemos –como pastores que somos- lo que nos han dicho de Jesús, lo que nos ha tocado el corazón, lo que ya forma parte de nuestra historia personal.
Y el tercer detalle: volver dando gloria y alabanza (Lc 2,20). Ese “volver” (‘hyperstrepso’) es el mismo verbo que Lucas utiliza en otras situaciones de retorno y siempre envuelto en alegría. Cuando los discípulos vuelven de su experiencia apostólica (10,17), o los de Emaús volviendo a Jerusalén tras sentarse a la mesa con el Resucitado (24,33), o los Doce después de la ascensión (25,52)… En definitiva: es ese volver que supone retornar a algo o a alguien conocido pero de un modo totalmente nuevo, porque lo que has experimentado y te ha llenado de alegría.
¿Te imaginas que tras esta noche -buena- pudiéramos “volver” a nuestra vida más felices que unas pascuas, con el corazón contento y la vida simple de un puñado de pastores? Seguramente, ni para ti ni para mi es la primera vez que “volvemos”, que regresamos a lo que somos siendo “otros”, porque alguien o algo, incluso el mismo Dios, nos ha hecho arder el corazón. Con toda sencillez. Con la simpleza de Belén. Bendito Belén. Bendito Niño que nos vuelve y revuelve la vida y la historia.
Estoy pensando que esta noche -buena- cantaré villancicos pero desde ahora iré susurrando al Niño por dentro:
Y volver, volver, volver… a tus brazos otra vez. Llegaré hasta donde estés. Yo sé perder. Yo sé perder. Quiero volver, volver, volver.
Esté amor apasionado anda todo alborotado por volver. Tú tenías mucha razón. Le hago caso al corazón y me muero por volver, volver, volver, volver…
¡Feliz Navidad! (de pastor a pastor)