¡Ya está bien!


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A medida que se desarrolla la relación entre mi hijo y yo, las medidas correctivas adquieren una presencia mucho más persistente que en etapas anteriores de su desarrollo. El fomento de su pensamiento crítico y de la propia autonomía derivan en ocasiones en conflictos motivados por su propio deseo de tomar decisiones diferentes de las mías.



Madre, padre

Desde hace tiempo se nos ha invitado a mirar a la Iglesia como Madre (y maestra), pero no siempre hemos sabido (o querido) aceptar lo que esta relación entraña en sí misma. Al hilo de lo que comentaba en el párrafo inicial sobre la relación entre mi hijo y yo, una madre (padre en mi caso, si me permites el matiz) debe aprender a gestionar el natural desarrollo de su vástago a medida que éste incorpora elementos del entorno y los adapta según su propia naturaleza personal. Este aspecto de la vida parental no parece haber empapado la tradición de la Iglesia, que en ocasiones ha tratado al Pueblo de Dios desde dos polos opuestos sin pasar por el centro de ambos; hemos ido saltando del paternalismo compadecido al autoritarismo arbitrario en función de la situación particular. El Pueblo de Dios hemos quedado durante años -a veces siglos- a merced de decisiones tomadas muy lejos de su lugar de residencia, donde las costumbres y los hábitos de vida podían ser muy diferentes y, por tanto, donde las necesidades pastorales precisaban unas respuestas también distintas.

¿A cuento de qué viene todo lo anterior? Se me ocurría el otro día que el esquema para el trabajo sinodal anunciado recientemente puede contribuir a desterrar parte de –ojalá todas– las actitudes mencionadas más arriba. Y reflexionaba sobre ello al hilo de las medidas correctivas que necesariamente deben existir para el sano desarrollo de la dimensión emocional-afectiva de mi hijo (probablemente también del tuyo o del del vecino) y que en más de una ocasión me veo obligado a imponer.

Participación (y desarrollo)

Es habitual que mi hijo tenga un espacio de participación en las conversaciones que afectan a la familia entera. Se le anima a expresar lo que siente o cómo ve una determinada situación y lo incorporamos (con sus debidas adaptaciones) al marco general de la conversación.

En determinados ámbitos, podría entenderse esta forma de actuar como la adecuada para permitir en la persona joven la aparición de estrategias de comunicación y el desarrollo de la propia estima. Y, por fin, esto entronca directamente con el comienzo de la entrada.

Fomentar la autonomía de mi hijo implica aprender a aceptar que él es una persona diferente de mí y que su visión del mundo, por parecida que sea a la mía, ofrecerá nuevos puntos de vista que a mí me puedan haber pasado inadvertidos.

madre

¿Qué ocurre cuando ante la misma situación tenemos dos formas diferentes de proceder? Pues por mucho que me guste incluir a mi hijo en las conversaciones familiares, a veces me toca marcar una línea roja e indicar que ese es el límite.

¿Con límites o sin ellos?

¿Es eso contrario a un modelo sinodal de familia en el que todos participamos a partir de nuestra igual dignidad humana? Desde mi punto de vista no.

Entonces, ¿qué ha ocurrido en la Iglesia a lo largo del tiempo? Me parece que nos ensimismamos delimitando con líneas rojas por doquier; nadie parecía sentirse incómodo salvaguardando obsesivamente las lindes de la Salvación. Al fin y al cabo los límites tenían el mismo color de la sangre de Cristo. Y quien ve tribulaciones en cada rincón entendía que no debía ser algo tan malo si podía encontrársele alguna relación –por artificiosa que fuera– con el Redentor de la humanidad.

Si verdaderamente la Iglesia es Madre y Maestra, entonces no puede escapar a su ineludible responsabilidad de permitir que quienes están a su cargo y bajo su protección desarrollen sus dones y capacidades en plenitud. Y eso es absolutamente incompatible con la discriminación por razón del servicio o responsabilidad que hemos visto y vivido durante años (y años y años).

¡Ya está bien del “cuando seas padre comerás huevos”! ¡Y también del “esto es así porque tú no sabes”!

Especial hartazgo me produce (tal vez a ti también) quien fomentó estas actitudes amparándose en el secretismo y la vaguedad desde su posición de “privilegio”.

Ni para ti ni para mí

Que las líneas rojas que establezcamos queden siempre claras y sean concisas (en la línea de la reforma del libro VI del CDC). Pero reduzcámoslas a lo mínimo imprescindible. En lo demás, escuchémonos.

Muchas propuestas nos parecerán descabelladas, faltas de criterio, poco inteligentes o demasiado sesudas. ¡Pero todas y cada una encierran la maravillosa diversidad de los dones del Pueblo de Dios! ¡Hasta en lo que dice Fulano de Tal y Mengana de Cual!

Apostemos por una Iglesia sinodal, pero no sólo en lo Universal. Que la familia –Iglesia doméstica– también sea sinodal. Y las comunidades de Vida. Y las cofradías. Y las hermandades. Y los centros educativos. Y…