“Deberíamos respetarlos y aplaudirlos cuando llegan a nuestras costas”. Es la provocación que el director de cine Mateo Garrone declara tras ofrecer su película ‘Yo capitán’. Pues sí. Aplausos porque muchos migrantes son los únicos portadores de la épica contemporánea.
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Un Drama donde dos jóvenes, Seydou y Moussa salen de Dakar para emprender camino a Europa, y que sintetiza el horror y la esperanza de viajes físicos y vitales similares. Las bofetadas y los sueños de todos aquellos que viven, una odisea contemporánea a través de los peligros del desierto, los horrores de los centros de detención en Libia y los peligros del mar… para poder pisar y vivir con dignidad en otra tierra firme y segura.
Obra imprescindible para conocer desde dentro el drama verídico de los migrantes. Tratada como una especie de contraplano, donde la cámara va casi al hombro de sus personajes. Y nos la hace llevar a nosotros para (casi) tocarlos. Por su finalidad, y formato –no solo por sus premios y reconocimientos– nos puede ayudar a desmontar fáciles, falsas e interesadas visiones desconfiguradoras de la esencia y motivaciones de las jóvenes generaciones migratorias (y de las adultas).
Meterse en sus vidas –y acercarse a los golpes y trampas sufridos– supone tomar de la mano y sentir a flor de piel las de aquellos que viven el infierno en vida. Y que saben volar por encima del dolor y la muerte para ser llevados por sus sueños hacia un lugar desconocido. La que creen que es en verdad Europa- y que solo lo sospechaban en su difícil complejidad a través de las redes sociales. Jóvenes, como nosotros o los nuestros.
A kilómetros de distancia
Seydou y Moussa, que se abrazan y se apoyan “a pesar” de que sus camisetas respectivas luzcan los escudos futboleros del Madrid y el Barcelona. Y que han tenido que partir de sus lugares de origen (Dakar) frente al deseo de sus familias que quieren que singan respirando el aire que ellas viven.
Porque aspiran a otros vientos distintos. Vientos que son como instintos de vida y ansias de libertad. Y vuelan, personas y sueños, entre cansancios, sonrisas, torturas, traiciones, … Como así lo hace la película cuando la solidaridad que ejercen de manera anónima y dura, es recompensada por ejemplo a través de la mano angelical que ayuda a que la dureza y el dolor de los caminantes del desierto –migrantes peregrinos – queden suavizados. Y que su andar se haga ligero, cuando la mujer, medio muerta, a quién levantaban de la postración del camino es “resucitada”.
Y lleve desde sus alturas, agarrada de la mano, como en volandas, a quien le ayudó. Una imagen que traduce “lo espiritual” de estos dos emigrantes, religiosos ellos, que comienzan con una oración su andadura. Una mujer alza el vuelo durante esa dura travesía por el desierto como expresión del alma de Seydou revelando algo así como una ventana a su interior.
O como cuando otro ángel volador, sonriente y colorista, transporte en sus alas el mensaje a las familias que han dejado atrás. A mil kilómetros de distancia. Un mensaje donde piden perdón (¡tal cual!), por haber abandonado a su familia buscando un futuro mejor para ellos.
Quiero subrayar la intencionalidad claramente política del autor, pero que no busca servir de arma arrojadiza contra ningún gobierno. Quiere sobre todo visibilizar que ‘Yo capitán’ se sitúa como una síntesis o paradigma en el plano de los derechos humanos. Seguiremos discutiendo sobre ello. Pero no es posible que la gestión de las migraciones dependa del brillo de las cuentas bancarias o ahorros (con sudor y lágrimas) de los solicitantes como sucede en todos los itinerarios mafiosos que inundan las arenas a los pies de estos dos dignos emigrantes. O de millones.
Este mercantilismo odioso se les impone. También lo narra la película muy crudamente, por cierto, porque a los dólares que les quitan de sus manos les apoyan los fusiles portados por los “legales”, para robárselos a los ilegales.
Yo terminé en silencio la película. Me quedé solo en el cine. Y aplaudí. Y Seydou sonreía mientras seguía siendo muleta de apoyo para su primo herido, Moussa. Salieron de la pantalla. Me acompañaron a casa. No tuve mejor capitán, guía o brújula, esa noche, para seguir enfocando el barco de mi vida