“Yo lo tengo claro”, “tengo clarísimo a quién voy a votar”, “yo, a los de siempre; sin dudarlo”. Estas son algunas de las afirmaciones que nos estamos encontrando estos días mientras hacemos campaña por nuestra Coalición para las elecciones europeas del 9 de junio.
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Y es que, las campañas electorales, además de ser una buena ocasión para “pulsar” el estado de la ciudadanía en relación a las instituciones (que, a tenor de nuestra experiencia a pie de calle no pasan por su mejor momento y están bajo el signo de la desconfianza y la desafección generalizada), son también días para constatar la fidelidad casi irracional a las siglas de otra parte del electorado. Son quienes, “haga lo que haga” su partido, le profesan una lealtad sin fisuras, más incluso que la que se vive con respecto a las relaciones humanas u otros ámbitos de la vida.
Dudar es de sabios
Y es mala señal cuando, por encima de cualquier otra consideración como la construcción del bien común, la búsqueda de la verdad, el esfuerzo por el rigor, o el discernimiento sincero entre diversas opciones, lo que se impone es la visceralidad de la decisión, basada en inercias familiares, el inmovilismo, el miedo a lo diferente o la derrota ante los relatos de lo puramente emotivo.
Digo mala señal, porque en estos momentos si algo necesitamos en la dinámica política son miradas amplias, sabias, que construyan desde un “sano cuestionamiento” hacia lo propio y se abran a la posibilidad de incorporar las voces del otro para diseñar juntos alternativas de consenso y de amplio espectro. Y nada de ello está reñido con seguir siendo fiel a los propios principios y convicciones.
El estímulo de la duda
A menudo, digo que en mi vida tengo pocas “certezas”. Y, obviamente, de estas pocas…. más pocas aún tienen que ver con visiones políticas (daría para otro post). Pero no lo vivo como algo limitante, sino, más bien como un estímulo que me da un punto de partida de autenticidad, y una entusiasta apertura al enriquecimiento continuo del pensamiento. Victoria Camps, ejemplo infinitamente mejor que el mío, en su recomendable “Elogio de la duda”, situaba a esta como una condición necesaria para la toma de decisiones más razonables y convenientes.
Desde ahí, creo que hemos de pedir a los ciudadanos/as, que seamos capaces de poner en duda nuestros aprioris ideológicos. Porque hacerlo nos da la posibilidad de no ser cómplices de la mala política y no conformarnos “con lo menos malo” o “lo de siempre”, o lo que “evita que vengan los otros”, sino de buscar lo mejor y lo que consiga sacarnos de los múltiples atolladeros en los que estamos metidos como sociedad.
Así, puestos, la próxima vez que alguien al que le ofrezca nuestra propaganda electoral me diga que “él/ella ya tiene clarísimo a quién votar”… igual me permito decirle que no es para estar tan orgulloso/a de ello. Y que se lea a Victoria Camps.