En estos días me acuerdo mucho de una frase que se le atribuye a John Lennon: “La vida es lo que pasa mientras estás ocupado haciendo otros planes”. Al menos yo, que soy muy organizada (tirando más bien a “cuadriculada”), estoy viendo cómo la realidad impone su ritmo, nos saca de nuestras zonas de confort y nos obliga a reorganizarnos la existencia de un modo nuevo. El coronavirus y el estado de alarma nos están permitiendo reconocer que no somos imprescindibles, que los planes se pueden aplazar e incluso anular, que hay modos distintos incluso de hacer todo, también de dar las clases, y que el cuidado y la búsqueda del bien común están por encima de los propios gustos y quereres.
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Ante estos días de “enclaustramiento” que se nos avecinan, me estoy acordando mucho de lo que dice mi amiga Mariola: “Hay que recuperar el Sabbat”. Tenemos que volver al sentido profundo que late bajo el mandato de descansar los sábados. Así podremos reconocer que no somos nuestro trabajo y que los otros y el Otro se merecen nuestro tiempo sereno y nuestra dedicación.
También me ha venido a la cabeza cómo esta exigencia de no realizar tareas en sábado acabó cayendo en el más ridículo de los legalismos. Me lo recuerdan aquellos que, por un discutible criterio de sacralidad o sentimiento religioso, se ponen en riesgo a ellos mismos y a los demás con tal de no aprender a vivir de modo nuevo los sacramentos. Aquí y ahora, siguen siendo actuales las palabras de Jesús: “No está hecho el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre” (Mc 2,27).
Estamos en una situación atípica, posiblemente un momento histórico que recordaremos a lo largo de nuestra vida. Ojalá nos sirva para ahondar nuestra existencia, para valorar realidades que damos por supuestas, para desarrollar nuestra solidaridad y la inquietud por el bien común y para aprender a relacionarnos con los otros y con Dios de un modo diverso. Este es el deseo que me brota desde aquí… porque #yomequedoencasa.