No, el cardenal Blázquez no se desayunó con la noticia de que los otros purpurados nombrados por Francisco en España, Osoro y Omella, habían departido con presidente del Gobierno en La Moncloa sobre Cataluña. Se lo habían comunicado los prelados, aunque Rajoy no invitó al presidente del Episcopado, lo cual es posible que haya molestado en Añastro.
En todo caso, no es el arzobispo vallisoletano de los que sufren en su autoestima por estas cuestiones, ni siente la necesidad de acaparar protagonismo. La colegialidad casa bien con su personalidad. Para desesperación de algunos, que creen que la ha conjugado en exceso en momentos donde imperaban otros modos.
Pero tampoco es nuevo el intento de desacreditar al cardenal abulense y encizañar las relaciones entre los obispos que han sido señalados de manera muy clara por Bergoglio para llevar a la Iglesia en España en su pontificado. Algo que no ha de extrañar mucho porque, en definitiva, desacreditando a los unos, se erosiona a quien los ha llamado para esa tarea. Forma parte del mismo juego.
“No solo en la Iglesia de Cataluña hay francotiradores a los que les va bien sembrar división”, señalan desde aquellas tierras, para subrayar que se trata de los mismos que arrojaron desprecio sobre la declaración que efectuó a finales de septiembre la Comisión Permanente sobre Cataluña, precisamente porque tenía un tono muy catalán, y a pesar de que fue contrabalanceada durante su estudio por un guiño en forma de cita de cuando el golpe de estado del lejano 23-F.
Y cuando se dice tono, se quiere decir oportunidad al diálogo, por más que disguste a los católicos del PP. Y a los que en el PP, no siendo católicos, les gusta tener a la Iglesia al lado para tener prietas las filas en torno a la patria, pero no con la moral pública ni con la privada.
Porque, con la filtración sobre el pretendido ninguneo a Blázquez, se buscaba torpedear el papel que ha jugado la Iglesia en los últimos días, y que puede ser aún más necesario si finalmente se aclara/declara lo de la independencia.