Era 1871. Una iletrada e inexperta Juana Josefa aterriza en la muy noble y culta Salamanca. Sin apenas saber leer ni escribir, llega inspirada para fundar una Congregación de enseñanza. Caprichos de Dios. Su personalidad contiene una curiosa mezcla de ingenuidad y reciedumbre; su espiritualidad, de confianza y firmeza. Después de abrir un colegio en Salamanca comenzaron las fundaciones fuera de la ciudad. La primera, Peñaranda de Bracamonte (Salamanca). Fue un deseo del obispo de la diócesis que recibió de rodillas a la M. Cándida. Su respuesta fue inmediata. Se pondría en camino ya. “Y si no había coche, iría en un carro; si no, en burro y, si no, a pie”. Como Teresa de Jesús, utilizó todo tipo de transportes; bueno, la M. Cándida ya pudo también utilizar el tren en sus desplazamientos. Que fueron muchos.
Tras el colegio de Peñaranda llegarían los de Arévalo (Ávila), Bernardos (Segovia), Tolosa (Guipúzcoa), El Espinar (Segovia), Coca (Segovia), Medina del Campo (Valladolid) y Pitillas (Navarra). Diez fundaciones. Casi tantas como las realizadas por Santa Teresa. Pronto comenzó a pensar en ir más allá de nuestras fronteras. A ello la invitaban desde Cuba y Venezuela, pero el P. Herranz, su prudente confesor y consejero, le aconsejaba calma. “Está bien que mantengáis el ardor misionero porque vuestra vida es para ir a misiones, pero, antes que nada, hay que velar por la formación de las novicias”. Y también: “Me llena de consuelo el verte con algún rasgo de S. Ignacio ‘el mundo es pequeño para mis deseos’ porque el Noviciado eso pide: muchas hermanas para ir por todo el mundo”.
Realmente impresiona contemplar las grandes dificultades que se presentaron a la M. Cándida en sus primeros años de la fundación. Sin recursos materiales (llegarían a pasar hambre), ni humanos (solo había entre ellas una maestra), sin apoyos sociales (todas eran de extracción más bien humilde), tuvo que pasar por trabajos serios y costosos. De fuera y de dentro. El P. Herranz, su apoyo básico, indispensable, bien pronto fue destinado lejos de Salamanca. La Compañía de Jesús no veía con buenos ojos la implicación de los jesuitas en congregaciones femeninas. Tampoco al obispo de Salamanca (agustino) le agradaban esos contactos. La M. Cándida tuvo que soportar el control de su correspondencia privada con el P. Herranz y las presiones del prelado para que modificara las Constituciones. Para la aprobación de estas, en sintonía con S. Ignacio, necesitó ir a Roma.
Fieles a sus deseos
Fuertes dificultades externas, ya vemos. Pero más dolorosas, si cabe, las internas. Tensiones comunitarias, envidias y bandos. Grupos afectos a la superiora del colegio de Salamanca que, para agradar a esta, no tenían en cuenta las indicaciones de la M. Cándida. Todo lo sobrellevó con fidelidad admirable a su lema “Dios lo quiere”. Si Dios lo quería, dispuesta estaba a morir hasta conseguirlo pero, si no era su voluntad, moriría antes de realizarlo. Su otro lema era “Al fin del mundo iría yo en busca de almas”. En vida alcanzó a ver cómo las Hijas de Jesús “pasaban el charco” y abrían colegios en Brasil: Pyrenópolis (1911) y Moji-Mirim (1912).
La Congregación se ha mantenido fiel a los deseos de su Fundadora: abrir muchos colegios para que en ellos haya muchas niñas. Sobre todo en España. A lo largo y ancho de nuestra tierra han ido floreciendo no pocos colegios de enseñanza infantil, primaria, secundaria obligatoria, ciclos formativos y bachillerato; residencias y colegios mayores, y hasta escuelas de magisterio. Pocas provincias de España han quedado sin la presencia de las Hijas de Jesús. Algunas casas ya se han cerrado, es verdad, pero la misión educativa heredada sigue en pie. El fervor misionero se hizo presente en tierras americanas. Además de seguir abriendo colegios en Brasil, surgieron fundaciones en Argentina, Bolivia, República Dominicana, Cuba, Colombia… Desde España también pronto salieron Hijas de Jesús hacia oriente: China, Filipinas, Japón…
La expansión de la Congregación se dio sobre todo en la década de los años 60-70. Era muy fuerte el espíritu misionero que se vivía en las comunidades, noviciados y colegios. Profesoras y alumnas tenían muy presente la labor de las misioneras en aquellos países lejanos que poco a poco se iban abriendo al mensaje de Cristo. Surgió en los colegios una simpática costumbre; durante la mañana de los viernes, en un momento dado, se abría sigilosamente la puerta de la clase para que la niña encargada de misiones lanzara su consigna: “Mañana es sábado, ofreced la misa y la comunión por las misiones”. En Filipinas se abren y cierran fundaciones según posibilidades, igual que en España. Cerradas quedaron, sin futuro próximo, las casas en Portugal: Aincains, Coruche y Lisboa. Igual que las de Estados Unidos. Dios tiene la última palabra.
Hoy, la Congregación se extiende en varias direcciones organizada en cinco provincias: España–Italia, América Andina (Argentina, Bolivia, Colombia, Uruguay y Venezuela), Brasil–Caribe (Brasil, Cuba, Mozambique y República Dominicana), Índico-Pacífico (Bangladesh, Filipinas y Japón) y Asia Oriental (Taiwán, Tailandia, Vietnam… y otras presencias). No todos son loores. La crisis de vocaciones también ha alcanzado a la Congregación que un día ya lejano fundó en la noble y culta Salamanca una joven sin cultura ni letras. No dudamos de que Santa Cándida, desde el cielo, sigue bendiciéndonos y ayudándonos para que seamos verdaderas Hijas de Jesús.