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Carisma Mercedarios marzo 2018 portada

800 años de La Merced: envió la redención a su pueblo

He visto el dolor de mi pueblo…

La cautividad, sin lugar a dudas, era una de las llagas sociales más acuciantes de la sociedad de frontera del siglo xiii en la Península ibérica. La guerra abierta y la constante tensión entre los reinos cristianos y musulmanes generaba cautivos. Hombres, mujeres y niños, en su mayoría inocentes, eran arrancados de su tierra y reducidos a mera mercancía humana para debilitar al enemigo. Las ciudades, las villas, los señoríos y los reinos habían creado sistemas de solidaridad social para rescatar a sus cautivos. En este contexto, un hombre de frontera, acostumbrado a aprovechar los obligados pactos de paz y de tregua, como era un mercader, cuyo origen parece provenzal y que estaba afincado en Barcelona, llamado Pedro Nolasco, dio origen a una institución religiosa de caridad dedicada a redimir a los pobres cautivos, o mejor dicho, a los cautivos pobres. Y esto hecho por merced, es decir, por misericordia, sin llevar ganancia a cambio, por puro amor.

De aquella mirada compasiva de Nolasco y de sus primeros compañeros nació La Merced, una orden religiosa puesta al servicio de la sociedad y de la Iglesia para hacer la merced de redimir a los pobres cautivos y devolverles así la dignidad de la libertad de los hijos de Dios que el sistema les había arrebatado.

De la intuición a la institución: se hace camino al andar…

Según la tradición mercedaria, el 10 de agosto de 1218, por la maternal inspiración de la Virgen María, se llevó a cabo la fundación de este nuevo movimiento religioso en la catedral de Barcelona.

De los orígenes de La Merced como de su fundador, san Pedro Nolasco, se conserva poca documentación acreditada. La historiografía mercedaria, con el tiempo, fue creando, con los elementos principales, su relato áureo y entrañable.

De lo que estamos ciertos es de que La Merced tuvo unos orígenes humildes. Un puñado de hombres encabezados por Pedro Nolasco, en Barcelona, con los necesarios permisos y ayuda de la Corona de Aragón, en tiempos de Jaime I, y con las oportunas bendiciones de la Iglesia, como la del obispo de la ciudad, Berenguer de Palou, fundaron el Hospital de caridad de santa Eulalia de Barcelona.

Esta fraternidad religiosa de caridad, dedicada a la difícil tarea de frontera de redimir cautivos, los llamados frailes de santa Eulalia de Barcelona, fue creciendo. Así, el papa Gregorio IX los confirma como orden religiosa en la Iglesia universal a través de la bula emanada en Perugia el 17 de enero de 1235.

La Orden de la Merced asume, como norma de vida, la Regla de san Agustín, al igual que casi todas las familias religiosas del siglo xiii fundadas después del IV Concilio de Letrán (1215). La Merced nace en un momento de la historia de la Iglesia en el que está germinando un nuevo estilo de vida consagrada: los afamados frailes mendicantes (franciscanos y dominicos). La vida consagrada va buscando nuevas formas de vida para adaptarse y servir mejor a la sociedad en la que vive. Así la orden mercedaria va evolucionando al compás de los tiempos, a la par que se extiende por el suroeste francés, el reino de Castilla y los territorios del reino de Aragón, y se va configurando a la sombra del modelo de vida religiosa ideado para los dominicos por Raimundo de Peñafort. Este arquetipo raimundiano servirá de modelo a las familias religiosas de este tiempo con excepción de la familia franciscana. Así, dentro de un proceso de agitación interna, en el mismo siglo xiii, todas las realidades de este movimiento religioso de La Merced asumen el mismo cuerpo constitucional, constituyéndose como una orden clerical con el fin específico de la redención de cautivos cristianos.

A vino nuevo odres nuevos: la historia continua

La Merced tras cuatro siglos de andadura llegó a convertirse en un referente fuerte dentro de los vastos márgenes de la Monarquía hispánica, los que apenas rebasó: Península italiana, Sicilia, Cerdeña, Baleares, Orán, Península ibérica y todas las tierras de allende del mar. Como excepción, el suroeste francés. Su historia y su misión la habían configurado así. La rama femenina, a su vez, se había ido consolidando, sobre todo en Castilla, con una proliferación de beaterios.

Los tiempos cambian y La Merced con ellos. Las mutaciones sociales, políticas y religiosas habían trasformado el rostro de la sociedad en el siglo xvi. Santiago –según el refrán clásico– había cerrado España. La frontera se trasladó al Norte de África. El Nuevo Mundo había aparecido ante los ojos de la Cristiandad y La Merced se había embarcado en la quijotesca aventura de su evangelización, con todos sus errores y todos sus aciertos. El Mediterráneo había dejado de ser el escenario de grandes batallas entre el emperador cristiano y el sultán musulmán para constituirse en peligrosa frontera de corsarios y cautivos. Y allí estaba La Merced, en las nuevas fronteras, ahora con las naves de redención. La llamada Reforma protestante rompió la unidad de la Cristiandad. La Europa católica vio la necesidad de definirse y reformarse a través de un gran concilio. La Merced, poco a poco, se había ido haciendo presente en los centros de pensamiento, en las universidades, como estudiantes y como profesores. Donde más llegó a destacar fue en la ciudad de Salamanca con un considerable grupo de estudiantes y con nombres propios como Gaspar de Torres, Francisco Zumel, Interián de Ayala… La vida consagrada, tras Trento, vio la ocasión para depurarse y volver a sus fuentes más cristalinas. La Merced sufrió una de sus mayores reformas, auspiciada por Felipe II, en el capítulo de Guadalajara (1574): fin de los cargos vitalicios, fin de privilegios y excepciones, renovación de las estructuras y de la vida comunitaria, y sobre todo, potenciación de la obra redentora. A partir de ahora los mercedarios, con sus nuevas constituciones (1588), elevarán a voto religioso su misión tradicional: estar dispuestos a quedar en rehenes por los cautivos en peligro de perder su fe.

Las redenciones de cautivos, a partir de Felipe II, quedaron casi de modo exclusivo en las manos de las órdenes redentoras. La Merced asumió su papel y su responsabilidad en la difícil tarea de ser carismática e institucional al mismo tiempo: cumplir las leyes de los reinos y cumplir su misión profética. Para ello, como desde el origen, se hicieron expertos mercaderes de libertad. Tuvieron que agudizar el ingenio para aprovechar las leyes del comercio y así incrementar el capital redentivo. De este modo podían alcanzar su objetivo: redimir a los cautivos pobres, por los que nadie había dado dinero para su rescate.

Nacer de nuevo: la tarea siempre pendiente

Las ideas caballerescas y militares embelesaron las mentes de los historiadores mercedarios del siglo xviii para recrear la historiografía de los orígenes de La Merced. Románticas idealizaciones de caballeros y batallas inflamaron el corazón de los frailes y monjas mercedarios en unos tiempos de intensa labor redentora pero que, a su vez, constituían el canto del cisne de la misión tradicional mercedaria de rescatar cautivos. A finales del siglo  xviii y principios del  xix las potencias dejaron de aceptar como guerra legítima la guerra de corso. ¡Gracias a Dios! Corsarios, cautivos y rescates dejaron, en teoría, de permitirse. Por su parte, la llamada revolución francesa, como las ondas de la piedra que estalla en medio de un lago, se fue extendiendo por toda Europa y América cambiando el mundo. La Merced tenía la obligación de repensarse, agarrarse a sus raíces más puras y mirar hacia delante. Pero enseguida, en el siglo xix, con el azote de supresiones y desamortizaciones de las revoluciones liberales, La Merced casi desaparece. Sólo quedó un pequeño reducto de frailes en Roma y algunas pequeñas comunidades sobrevivientes en Iberoamérica, junto a unos empobrecidos y desamparados cenobios de monjas en España.  Había que nacer de nuevo. La antigua leyenda del sueño del olivo de Nolasco se hizo realidad. Cuantas más ramas cortaban, más brotes surgían. Del tocón de este olivo resurgió la Orden entera con renovadas energías. Pero es más, en ese resurgir de La Merced de finales del siglo xix nacen un ramillete de modernas congregaciones de hermanas mercedarias de vida apostólica. Todas ellas con un mismo ideal común: ser la merced de Dios entre los más pobres de entre los pobres. Ser, como María, la caricia de la redención.

La historia nos ha dejado el refrán: los frailes de la Merced son pocos, mas hácenlo bien. Ahora, el desafío de La Merced, con su venerable historia de 800 años, sigue siendo el de cultivar en su interior entrañas de misericordia para actualizar, con creatividad y entrega, la misión encomendada por Dios, por medio de María, a Pedro Nolasco. La historia de la redención mercedaria continúa, haciendo camino siempre, en el mundo de frontera, en aquellos lugares y situaciones a donde al ser humano le es difícil mantener su dignidad de hijo de Dios, libre y con fe esperanzada.

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