Al lado del carro de la Iglesia universal guiado por el animal mitológico conocido como grifo, que representa a Cristo, cuatro mujeres bailan vestidas de púrpura. Son las cuatro virtudes cardinales que reaparecen en el paraíso terrenal, después de que Dante las viera brillar como estrellas a la salida del infierno. Una de ellas, que tiene tres ojos, dirige la danza de las demás. Es la prudencia. Si la justicia es la base del bien y de todas las demás virtudes; es la prudencia la que las regula a todas gracias a su triple mirada: una dirigida al pasado, otra al presente y la tercera al futuro.
En línea con la sabiduría de los griegos, la prudencia siempre ha sido considerada como esa virtud que, atesorando la experiencia pasada, aborda los problemas del presente y reflexiona sobre las perspectivas futuras. Últimamente se ha vaciado de sentido. Hoy es “prudente” quien es cauteloso, quien vacila, quien no quiere atreverse ni exponerse. Además, se abre camino la tendencia a justificar la “prudencia” egoísta que, similar a la indolencia, renuncia a lo verdadero y a lo bueno. Otra cosa es la prudencia como virtud, moral o intelectual, que nos guía en el juicio correcto sobre lo que debe hacerse. La prudencia desenmascara los falsos razonamientos y las falsas verdades, ayuda a tomar decisiones hacia el bien personal y el común, nos inspira en la formación de los jóvenes y nos sostiene en el ir contra la corriente en nombre del bien y la verdad.
Pero eso no es todo. Al igual que la justicia, la prudencia se espiritualiza y se convierte, en la visión cristiana, no solo en lo opuesto a la “prudencia según el mundo”, sino también en el más alto cumplimiento de la virtud humana racional, porque está iluminada por el Espíritu, en conformidad con Cristo. No en vano, la prudencia cristiana representada por Dante está, como las otras virtudes, vestida de rojo. Envuelta en la caridad, se deja guiar por la luz, o sabiduría, que siempre nos precede. La prudencia iluminada por el Espíritu se convierte así en una valiente voz profética para el mundo, para las mujeres y para la Iglesia. ¿Cuestión de prudencia, entonces, además de justicia? Sobre la necesidad de conocer, conocernos, superar los conflictos en la sociedad, en el matrimonio, en la familia y sobre el papel de las mujeres, presentamos una colaboración del gran escritor israelí Abraham Yehoshua. Habla de su esposa Rivka, de su largo matrimonio. Argumenta que “la revolución feminista es la revolución más importante de la segunda mitad del siglo XX”.