En septiembre de 2013, el papa Francisco dirigió a la Iglesia un llamamiento para que se hiciera cargo de cualquiera que fuera portador de un sufrimiento físico o psicológico: “Yo veo con claridad que la Iglesia de lo que más necesita hoy es de la capacidad de curar heridas y calentar el corazón de los fieles, la cercanía, la proximidad” (‘L’Osservatore Romano’, 21 de septiembre 2013).
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Este número de ‘Donne Chiesa Mondo’, a través de una serie de historias y reflexiones, habla sobre la contribución de las mujeres a la formación, el acompañamiento espiritual, la catequesis, así como a las distintas formas de asistencia y escucha. Este cuidado de las almas forma parte de un ministerio carismático: un ministerio que hay que alentar, potenciar.
Advirtiendo de la urgencia del anuncio del amor salvífico de Dios previo a la obligación moral y religiosa, el papa Francisco ha confirmado su visión eficaz de la Iglesia como un “hospital de campaña después de una batalla”, en la que es necesario “curar las heridas”. Quizá va en esta dirección, lo deseamos, la nueva convocatoria de la comisión dirigida a afrontar la cuestión del diaconado femenino, figura de una “creatividad apostólica” de las mujeres que desde siempre trabajan en el anuncio de una salvación entendida como consolación de Dios en los momentos de dificultad.
A la luz del hoy, esta visión de la Iglesia por parte del papa Francisco se revela como nunca profética: la Iglesia “hospital de campaña” es una imagen que ha entrado casi con prepotencia a formar parte de nuestra cotidianidad, donde hemos visto surgir verdaderos hospitales de campaña capaces de acoger enfermos, y de permitir el trabajo indefenso de personal médico y paramédico. Hemos visto a quien, poniendo en riesgo la propia vida, ha seguido trabajando para garantizar el funcionamiento de los principales servicios.
Hemos visto a la mayor parte de la población abrazar con sacrificio un aislamiento en esta dramática emergencia sanitaria. La pandemia del coronavirus ha revelado así la sustancial sinergia entre mundo e Iglesia: si el primero está llamado a orientar finalmente los propios valores -en vez de a la cultura del yo-, al cuidado del otro, de la creación y de Dios, la segunda tiene la oportunidad de coincidir en esencia con su misión consoladora de una humanidad herida. Una humanidad necesitada de la cercanía restauradora y de la caricia de una Iglesia, entendida por el papa Francisco como la efusión de la ternura de Cristo madre, que se inclina ante los enfermos para devolverles la sabiduría, la vida y la salvación.