El Papa Francisco, desde el comienzo de su pontificado, no se cansa de estimular a la Iglesia hacia una continua regeneración. “Una iglesia en movimiento” es el resumen de su programa inspirador desde el principio. Pero no salimos solo por salir, por escapar o por dispersarnos. Salimos al encuentro, salimos a caminar juntos. Y para encontrarnos a nosotros mismos. “La fe ve en la medida en que camina”, recita la encíclica ‘Lumen fidei’, coescrita con Benedicto XVI. El Sínodo, caminar juntos, el camino compartido (‘sun’ – juntos/’odòs’ – lejos) es el método que el Papa Francisco ha elegido para la renovación de la Iglesia. Porque la regeneración es necesaria, hoy más que nunca. María Zambrano, poeta y filósofa, escribió que lo que no renace no vive nunca plenamente.
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Es en este marco que debe leerse la insistencia de Francisco en la sinodalidad: un proceso que comenzó en 2015 con el sínodo sobre la familia y que culmina en octubre de 2023 con el sínodo sobre la Iglesia universal. Pedir a cada parroquia, cada diócesis, cada Conferencia Episcopal que escuche (verdaderamente) la realidad para poder empezar de nuevo es difícil y necesario. Difícil, porque, por un lado, la cultura de la participación activa y proactiva aún está en gran medida por construir, y por otro, porque el mundo eclesial tiende a menudo a hacer una síntesis más según sus propias creencias que a partir de la escucha de la realidad. Necesario, porque solo reuniéndose como pueblo en camino y prestando atención y escucha a los laicos, a las familias, a la vida concreta de las personas, la Iglesia, – y cualquier otra institución contemporánea–, puede regenerarse y responder a la desorientación del mundo con una palabra que hoy tanto se necesita.
Porque no es un formalismo, –la realidad precede a la idea–, el sínodo ha inaugurado un método y ha abierto un camino cuyos resultados no pueden predecirse de antemano. El tiempo es más importante que el espacio. Porque el caminar juntos, y lo que de ello se deriva, no se puede controlar con seguridad ya que un camino vivo y dialógico está abierto a las sorpresas del Espíritu y se deja guiar y enseñar por ellas. Caminar juntos requiere la sabiduría de la diversidad en la unidad y al mismo tiempo la aumenta. Requiere la capacidad de no perder el sentido de pertenencia común, de un vínculo que antecede a cualquier protagonismo (la unidad es más importante que el conflicto), y que es capaz de unir a personas y comunidades en un maravilloso poliedro hecho de muchos particulares universales (el todo supera a la parte).
Dos mensajes poderosos
Con la determinación decidida con la que inauguró y prosiguió este camino, que ha causado muchos descontentos y perplejidades entre el clero, Francisco envía dos mensajes poderosos.
- El primero es para la Iglesia misma. Es hora de volver a la frescura de los orígenes y de romper el “sistema” con un soplo de aire fresco “institucional”. De preocuparse menos por la doctrina y la ortodoxia y más por la escucha, la acogida y la misericordia, ya que en Jesús verdad y amor son una misma cosa. La Iglesia católica ha sido, desde el principio, una red de entidades locales (parroquias y diócesis) unidas por una Buena Noticia universal. Una red de comunidades, muy concreta y muy humana, en continua tensión entre la particularidad de un lugar, una historia, un contexto relacional y la universalidad de la palabra “para todo el hombre y para todos los hombres”. Incluso hoy, la Iglesia universal es una red global extraordinariamente rica, arraigada en la concreción de lo local. Sin embargo, a ella misma le cuesta ser plenamente consciente de ello. ¿Cómo de actual sería hoy dar la sensación de un gran camino universal compuesto de muchas diversidades que, con todo, logran comunicarse entre sí?
- El segundo mensaje es para la sociedad contemporánea que busca desesperadamente nuevos puntos de equilibrio que le permitan absorber las tensiones lacerantes que la atraviesan. De hecho, está claro que las formas institucionales que tenemos a nuestra disposición (Estados, empresas, mercados…) son muy importantes, pero ahora también inadecuadas con respecto a los problemas que enfrentamos. Empezando por la democracia, gran logro de la modernidad occidental, que corre el riesgo de hundirse bajo los golpes de las fuerzas masificadoras y despersonalizantes de las que derivan los populismos reactivos. Y la guerra que se libra a las puertas de Europa es precisamente una prueba de ello.
La Iglesia de Francisco no tiene todas las soluciones a estas preguntas. Tampoco pretende lanzarse a la batalla identitaria. La Iglesia de Francisco, como levadura del Evangelio, indica más bien un nuevo camino que podemos empezar a recorrer, intentando una experiencia sin precedentes a nivel comunitario e institucional. No será fácil. Llevará tiempo. Pero, lo importante es levantarse y empezar a caminar.
Que se ha hecho un camino, y no solo de palabras, es evidente. En el Sínodo de los Jóvenes de 2018, en uno de los últimos momentos informales, los jóvenes saludaron, con afectuosa provocación, a los padres y madres sinodales. Al final del camino, en 2023, hay 54 mujeres que tienen derecho a voto en el sínodo y entre ellas Nathalie Becquart, la primera mujer nombrada subsecretaria del sínodo en 2021. Una señal de que la Iglesia se deja alterar por el soplo del espíritu (joven) y de que el sínodo es un camino de transformación y no una fachada.