Casi completamente ausentes en el horizonte cultural actual, y a menudo consideradas herencia de una educación religiosa obsoleta, las virtudes humanas son en realidad preciosas compañeras de viaje. Justicia, prudencia, fortaleza y templanza animan a vivir mejor, a ser más justos y verdaderos y orientan a la sabiduría. En una época en la que prisas, eficacia, utilitarismo y ansia de afirmación tienen fácil predominio, Donne Chiesa Mondo dedica un número especial a cada una de estas “cuatro estrellas nunca vistas”. Aun así, surge la duda de si las virtudes se encuentran entre los temas de interés para una revista femenina de la Iglesia. Pero no es así.
El tema coincide con el intento de favorecer el diálogo entre mundo e Iglesia, entre Iglesia y otras religiones, entre hombre y mujer dentro y fuera de la Iglesia. Son precisamente las virtudes humanas las que sirven de puente ya que pertenecen al ser humano en cuanto ser social y racional y al tiempo forman parte del proyecto de hombre y mujer como revela el Evangelio. Es necesario promoverlas partiendo de las experiencias de mujeres que las releerán a través de categorías y sensibilidades femeninas: acogida, receptividad, altruismo, ternura, empatía, delicadeza, paciencia, comprensión, protección, escucha. El fin es promover una ética de la virtud en femenino que no se concentre solo en la actitud deontológica, consecuente y reguladora sino también sobre el discernir, el asistir, el cuidar. Las virtudes, que están en la base de la idea de comunidad social y eclesial, se convierten así en terreno fértil para imaginar roles futuros, de toma de decisiones y dirección, de las mujeres en la Iglesia.
La primera “estrella” es la justicia. Sobre ella se fundan las otras virtudes porque se refiere al comportamiento dirigido no a nosotros mismos, sino a los otros. Frente a la palabra “justicia” es fácil que vengan a la mente tribunales, juicios y cárceles, o que se entienda como remuneración, equidad en el intercambio o reivindicación subjetiva e ideológicamente entendida. Nos olvidamos de que la justicia es la rectitud que se manifiesta en el compromiso de reconocer y respetar el derecho de cada persona dándole lo que le corresponde según la razón y la ley. Por esto la justicia humana está fundada en el derecho, un derecho irrenunciable para una sociedad que quiera ser civil y para la vida de la Iglesia como institución.
Debemos entender por qué se tiene un derecho y qué empuja a la actitud moral de la acogida, la hospitalidad, el altruismo desinteresado y alegre. Para los creyentes, el fundamento de la justicia humana es la creación divina. Dios ha amado, querido, creado al hombre y la mujer como sujetos de derecho inalienable y quien ofende tal derecho ofende a Dios. Y no solo. Él hace justicia con quien se pierde: perdona, rehabilita, ama, vuelve justos. Es en gracia de esta su justicia salvífica que la humanidad es capaz de expresar justicia, bondad, amor, perdón, es capaz de vivir, es decir, algo de esa justicia que pide con “¡venga tu Reino!” y que María expresa con su Magnificat. ¿Para llegar al Evangelio es necesario respetar la justicia humana para después trascenderla teniendo como faro el amor de Dios? Sobre esto se pretende reflexionar. La invitación a hacerlo llega, si bien con tonos diferentes, de voces lejanas, como la de Albert Camus que escribe: “Creo en la justicia, pero antes de la justicia defenderé a mi madre”.