Hablamos del síndrome de ‘burnout’ en este número sobre la vida consagrada. Literalmente significa agotamiento, colapso, estrés, desgaste. Un síndrome que afecta también a las monjas, tanto que la UISG, Unión Internacional de Superioras Generales, ha organizado un seminario en Roma para debatir sobre ello y, en colaboración con la Unión de Superiores Generales, ha decidido instituir durante tres años una Comisión para el cuidado de la persona. Porque las monjas son cada vez menos, pero mayoría dentro de la vida religiosa, con dinámicas evolutivas diferentes en los distintos continentes.
La disminución de las vocaciones, los conventos que cierran, los abusos sexuales y de poder, la gestión de los bienes, la pesadez de estructuras a veces organizadas como hace siglos, son los temas de la entrevista con el cardenal João Braz de Aviz, prefecto de la Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica.
Este número es un recorrido en el universo de la Vida Consagrada, que el 2 de febrero celebró la Jornada Mundial instituida en 1997 por Juan Pablo II. Numerosos, y diferentes, son los testimonios de mujeres –no solo religiosas, sino de una Iglesia plural –que por decirlo como el papa Francisco no “juegan con Dios”.
En París está Anne Lécu, religiosa dominica y médica, que trabaja en la cárcel de máxima seguridad de Fleury-Mérogis, la más grande de Europa. En Roma, en el monasterio agustiniano de clausura de los Cuatro Santos Coronados, están la madre priora Fulvia Sieni y la hermana Ilaria.
En el monasterio di Zarnowiec, en Polonia, está sor Małgorzata Borkowska, benedictina, que después de cincuenta años de vida religiosa ha escrito
“La burra de Balaam”, un toque de atención “a los señores del clero”. Después están las religiosas comunicadoras, Memores Domini, consagradas al Ordo Virginum. De otra consagrada nos llega la invitación a hablar con un lenguaje nuevo a los jóvenes de sexualidad, teoría de género, significado del cuerpo.
