Una piedra detrás de otra, con las manos desnudas hasta llegar a las laderas del Potosí. Así un grupo de cincuenta pequeñas mujeres, todas con trenzas negras y faldas multicolores, han construido la minúscula iglesia que se encuentra en el pico en el recorrido hacia la Cordillera Real, a 6.088 metros de altitud y a 25 kilómetros al norte de La Paz. (*)
Se llega a través de una escalera más bien empinada, entre espléndidas vistas panorámicas donde las típicas piedras incas de corte poligonal se superponen con trozos de ladrillos de arcilla mezclada con paja. Es una unión indisoluble que no se rompe la de la población indígena de Bolivia y el Perú meridional con la naturaleza, el paisaje y la religiosidad popular.
Las mujeres han contribuido siempre, en la historia y en todo el mundo, de forma determinante, a construir iglesias, capillas, lugares de oración. Con su deseo, su determinación, su sacrificio personal pero últimamente también interviniendo como arquitectos en los proyectos.
Y si, como nos dice en este número Eva Hinds, autora de la espléndida Capilla Cardedeu (a una hora en coche de El Salvador), no existe un específico femenino en arquitectura, es verdad que, proyectando y diseñando, las mujeres revelan una sensibilidad especial por las exigencias de quien acudirá a estos lugares, de quien necesita estos espacios para vivir.
La Iglesia, entendida como comunidad cristiana, es un cuerpo en continua transformación, y lo son por tanto sus espacios celebrativos, sostiene Francesca Daprà del Politécnico de Milán en este número, planteando una pregunta: ¿cuáles son las exigencias de los habitantes contemporáneos respecto a los edificios de culto? Pregunta que encuentra una respuesta posible en el artículo, escrito por su hijo, sobre Daphne Acton, en el que la idea de iglesia africana multiétnica ha inspirado todo un proyecto arquitectónico.