Después del número sobre las mujeres protestantes, que se une a la comparación con las mujeres hebreas y esperando al de las musulmanas, he aquí el número dedicado a las mujeres ortodoxas.
Realizarlo ha supuesto para nosotras una sorpresa muy enriquecedora. Porque el caleidoscopio que emerge de las voces y de las historias de hoy y de ayer que son contadas –de la estadounidense Gayle Woloschak, científica de fama mundial y teóloga, a santa Mat’ Marija, madre y monja, nacida en Riga que creció en San Petersburgo y falleció en Ravensbruck en 1943– es verdaderamente rico y fascinante.
Más allá de la formación, vivencia y ámbito de acción, sobre todo resulta un protagonismo movido por un deseo, simple pero radical, así resumido por Gayle Woloschak: “Soy ortodoxa, practicante, e interesada en lo que sucede en mi Iglesia”. Este interés apasionado –que logra ser a la vez crítico, concreto y operativo– lleva a las mujeres ortodoxas, como demuestra también la historia de Élisabeth Behr-Sigel, nacida en 1907 de padre alsaciano luterano y de madre hebrea bohemia, a preguntarse constantemente sobre el modo en el que cada una pueda ejercitar su carisma en la comunidad.
Y así escuchando el testimonio de la mujer de un pope (“Hay momentos en el que piensas que pierdes el derecho exclusivo al amor, no naturalmente en la sustancia sino en la cotidianidad”) o releyendo las palabras de la prostituta Sonja Marmeladova de ‘Crimen y castigo’ (“la única guía espiritual” del atormentado asesino Raskol’nikov, como la define Simonetta Salvestroni), nos damos cuenta cuánto es mundo femenino –todavía desconocido aunque muy cercano– tenga mucho que enseñarnos.