El saber científico ha sido durante muchos siglos prerrogativa casi exclusiva de los hombres y sustancialmente impedido a las mujeres. Fue solamente a partir de la segunda mitad del siglo XIX cuando se empezó a conceder a las mujeres la posibilidad de acceder a la educación superior –basta pensar que solo en 1867 la École Polytechnique de Zurich, antes respecto a análogas prestigiosas instituciones europeas, consintió a las mujeres el acceso a sus cursos–. A partir de ahí, el número de científicas en los países occidentales se incrementó.
La lucha de las mujeres por ser admitidas en las universidades no es por casualidad contextual a la emancipación femenina: solamente en el siglo XX se asiste de hecho al ingreso de un gran número de mujeres en las facultades de ciencias y medicina. Se comprende, por tanto, el motivo por el que las mujeres que se han diferenciado en el pasado fueran en su gran mayoría cultivadas en disciplinas humanistas y raramente científicas. De hecho, es difícil progresar en el saber científico sin una fuerte preparación específica y fuera de las instituciones universitarias.
La historia nos transmite los nombres de pocas decenas de científicas en la antigüedad, solo una decena en la Edad Media, sobre todo monjas, casi ninguna entre el 1400 y el 1500, 16 en el siglo XVII, 24 en el XVIII, 108 en el siglo XIX.
La contribución de las mujeres al progreso de la ciencia desde el siglo XX ha sido, sin embargo, notable, si bien no privada de obstáculos, y numerosas son las grandes científicas cuyo nombre está unido a descubrimientos de fundamental importancia en la física, la astrofísica, la informática, la medicina y la biología, pero cuanto más se sube en la jerarquía científica, más disminuye el porcentaje de las mujeres. En Europa, por ejemplo, el 60% de los investigadores en biología son mujeres, pero de esta mayoría apenas el 6% llega a dirigir los laboratorios.
Pero esas que han dejado su huella, la han dejado de verdad, no solo desde el punto de vista científico, sino también del humano, algo que no todos los científicos hombres han sabido hacer.