La mujer y la política, y en particular las mujeres católicas y la política: este es el tema de este número que analiza, en sus relaciones mutuas, la política, la religión y las mujeres. Como siempre que la mirada se extiende a diferentes contextos temporales y espaciales, el cuadro que emerge está borroso y diferenciado. El elemento de mayor homogeneidad es el gran interés de las mujeres por la política y, de nuevo, el hecho de que la instancia religiosa no debilita, sino que motiva y aumenta el compromiso político. Este es también el caso del ensayo dedicado a una experiencia no cristiana, la de Marruecos, en la que se subraya la emergencia de una línea de compromiso político femenino destinada a conciliar la afirmación de los derechos de la mujer con la posibilidad de no renunciar a la religión en favor de la política.
De gran interés es también el artículo sobre Italia y más precisamente sobre las elegidas en la asamblea constituyente, por el compromiso transversal de los derechos de las mujeres, que unieron a católicas, socialistas y comunistas; de hecho, estas fueron vistas, como mujeres que hacen política a favor de las mujeres, más que como representantes de partidos diferentes, algo que las amargaba.
El artículo francés se remonta a la Edad Media, antes de que en el siglo XIV las mujeres fueran excluidas de la sucesión del trono y se las enmudeciera del poder político, desde princesas hasta abadesas. También, la vida de Hildegard Burjan, judía alemana convertida al catolicismo. La única mujer elegida para el parlamento austriaco en 1918, muy comprometida socialmente y quien fue beatificada en 2012. Este reportaje nos hace interrogarnos sobre el papel de la religión en los caminos políticos.
En todas estas mujeres –o al menos en su mayoría como muestra también la experiencia de las católicas en Estados Unidos– la atención se centra en la parte más débil, menos representada de la humanidad, como si la forma en que las mujeres hacen política fuera en sí misma diferente a la de los hombres. Una diferencia que parece atenuarse cuando la presencia femenina en la vida política se fortalece y se normaliza, y que parece pertenecer más a las fases en las que todavía representa un elemento nuevo y perturbador, una esperanza de cambio difícil de lograr.