La soledad de las mujeres es el tema de este número 24 del suplemento Donne Chiesa Mondo. Un tema amplísimo porque puede ser articulado de mil maneras, tener mil facetas.
No hablamos, de hecho, de la soledad elegida y querida como una manera de vivir bien consigo misma y de escucharse sin que otras voces se superpongan. Una elección que se convierte casi en un lujo, a menudo tachada de egoísmo y por tanto vista como fuera de los esquemas de la normalidad.
Hablamos de la soledad impuesta, fruto de las circunstancias, y sobre todo fruto de la relación de las mujeres con el propio cuerpo y con el ciclo de la vida. De esta soledad, el tema que emerge con mayor gravedad en las colaboraciones de este número, es el de la soledad de las mujeres que han abortado. Una elección dramática que la sociedad impone a la mujer hacerlo sola, como un derecho, sin que sea determinante el parecer de su pareja, hecho que no hace otra cosa que aumentar el peso de la responsabilidad femenina y el alcance de la irresponsabilidad masculina.
Pero también la maternidad, aun con la retórica que la reviste en la sociedad, está muy a menudo acompañada por la soledad. Soledad en la sociedad y en las relaciones con los otros, al estar la mujer poco tutelada en el trabajo y poco apoyada en las relaciones con la pareja, a causa de la renuencia e inacción creciente de los hombres. Y demasiado poco escuchada esta soledad, cuando nace de la dificultad en sí de ser madres, de la contradicción entre los propios miedos y el sentido común. ¡Cuántas depresiones postparto derivan sobre todo de la falta de escucha!
Hablar de la mujer y de la soledad nos acerca a un mundo en el que parece que estar sola, aunque en aparente compañía, en pareja, en familia, sea un destino común a la mitad del género humano. Cuando se toca la soledad que necesariamente deriva del dolor, de la enfermedad, de la espera a la muerte, se alcanza solamente el culmen de un destino siempre al acecho en las mujeres. (ANNA FOA)