La contribución de la mujer a la vida de la Iglesia tiene muchos matices, que en lo concreto de la vida cotidiana se tornan evidentes y ejemplares, capaces de indicar hoy un camino para la regeneración de la Iglesia y mucho más.
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Después de haber hablado de las samaritanas y las rebeldes proféticas, proponemos ahora un camino por las grandes amistades espirituales entre el hombre y la mujer, demostrando que el trabajo común y corresponsable, “la conjunción” inclusiva, es siempre fecunda en la vida de la Iglesia. Muchas veces fueron estas “parejas” las que impulsaron procesos innovadores.
Contamos algunas historias que han marcado diferentes momentos en la historia milenaria de la Iglesia. Son relaciones siempre intensas y ricas. Unas son expresiones de un amor espiritual, como el de Clara y Francisco; fraternal, como el de Escolástica y Benito; o absoluto, como el de Eloísa y Abelardo.
Y también hay interesantes aventuras humanas entre personalidades distantes. Pensemos en la enérgica Juana de Chantal, seguidora y al tiempo inspiradora de Francisco de Sales; o, en tiempos más recientes, a la tranquila y entusiasta Romana Guarnieri convertida al catolicismo por el inquieto y atormentado Giuseppe De Luca.
Alianzas en igualdad
Es importante hablar de estas extraordinarias amistades en la historia del cristianismo porque, aunque con acentos diferentes, y de acuerdo con la cultura de su época, son alianzas basadas en la igualdad. Evidencian un orden diferente en las relaciones, en las que existe un reconocimiento mutuo de una misma dignidad, apreciada tanto por las jerarquías como por el mundo.
A veces, en estas parejas destaca el liderazgo femenino. Basta pensar en la energía con la que Armida Barelli apoyó los proyectos de Agostino Gemelli, fundando y gestionando con él la Universidad Católica.
Estas experiencias son talleres. Estos hombres y mujeres trabajaron en un proyecto común, confiando mutuamente y respetándose. Y estas empresas las pusieron a disposición de la Iglesia.
Compromiso social
A partir de sus encuentros surgieron intuiciones y debates espirituales y teológicos. De la fuerza de su amistad brotó un compromiso social, dirigido a las personas aquí y ahora, y nacieron organizaciones que han ayudado a la Iglesia a cambiar su enfoque frente a las plagas del mundo. Ahí tenemos los logros de dos gigantes de la caridad como Luisa de Marillac y Vicente de Paúl.
Es importante insistir en ello porque es una riqueza que corre el riesgo de perderse. Porque algunas de las preguntas planteadas también cuestionan a la Iglesia de hoy. Porque es a la alianza entre el hombre y la mujer que “Dios ha confiado la tierra” (Sínodo de los jóvenes, 13).