La relación entre las mujeres y la Iglesia católica es una historia compleja. Lealtad inquebrantable, rebelión, frustración y esperanza de cambio. En las últimas décadas, esta dinámica se ha vuelto aún más evidente. Por un lado, están las que abandonan por motivos varios que, muchas veces, tienen el denominador común de la decepción. “No fui yo quien dejó la Iglesia. Ella fue la que me dejó”, le dice una de ellas a Lucia Capuzzi. Hace veinte años, la mayoría de mujeres que abandonaban la Iglesia tenían unos cuarenta años. Actualmente, las jóvenes italianas menores de 30 años que se declaran católicas han descendido al 33 por ciento (hace diez años eran casi el doble), mientras que las que se definen ateas han pasado del 12 al 29,8 por ciento.
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Por otro lado, están las que permanecen y constituyen una fortaleza que contribuye a mantener viva la institución con su presencia activa y también denunciando lo que no funciona. “No puedo irme porque yo también estoy en esta barca que congrega a los que han creído y brinda un tesoro para todos (es decir, la fe y la vida de los que han creído), pero tampoco puedo quedarme indiferente porque la tormenta que azota con fuerza amenaza la credibilidad y la vida eclesial”, escribe la teóloga Simona Segoloni.
“El dios de las mujeres”
También hay un número creciente de mujeres en una posición límite: se sitúan en un umbral simbólico practicando su fe pero expresando críticas hacia la jerarquía eclesiástica. Un “cruce continuo entre centro y periferia” en busca de “un dios distinto”, “el dios de las mujeres”. La abogada feminista cristiana, Grazia Villa, define así su viaje entre la fe y la rebelión.
Las mujeres que quedan sostienen a la Iglesia, son su columna vertebral. Laicas, consagradas, catequistas, teólogas, casadas, solteras… Fieles que dedican su tiempo, energía y capacidades a sostener a la comunidad eclesial y hacer crecer el pensamiento. La fe que encarnan está viva y operativa, viene subestimada, pero es fundamental. Sin su compromiso, muchas parroquias y servicios sociales no podrían funcionar con tanta eficacia. Gracias a la mirada femenina, los estudios teológicos se enriquecen y abren nuevos horizontes.
Liderazgo femenino
La cuestión de la igual dignidad de las mujeres se considera crucial para el futuro de la institución. El liderazgo femenino –dicen todas– no es solo una cuestión de justicia social, sino una necesidad espiritual y pastoral. El Sínodo también lo subraya. El ‘Instrumentum laboris’ indica “la necesidad de dar un reconocimiento más pleno a los carismas, a la vocación y al papel de la mujer en todos los ámbitos de la vida de la Iglesia”.