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Una Iglesia con cerebro materno

La maternidad provoca una explosión neuronal y dota al cerebro de nuevas habilidades. Parece que la madre naturaleza prepare biológicamente a las madres para reaccionar delante de la emergencia y proteger la vida. Por ejemplo, una madre ratona es más capaz de afrontar el peligro, gestionar el estrés y encontrar la salida de un laberinto, que un ratona virgen. Lo interesante es que estos rasgos se desarrollan también en las féminas de otras especies que adoptan cachorros sin haberlos parido. La actividad de cuidado genera cambios neurológicos.



En el mundo de los seres humanos, nacer mujer no quiere decir ser madre. En madre se convierte con una transformación de la identidad femenina, que –escribe Giulia Paola Di Nicola en ‘El lenguaje de la madre’ (Città Nuova)– pasa “del ser por sí al ser por otro”. Esta “descentralización” ya no es la adaptación regulada del instinto: es la transformación que implica la libertad, un verdadero trabajo. Y no siempre sucede. Hay mujeres con hijos que quizá no tienen un “cerebro materno”, y mujeres madres que no tienen hijos biológicos.

Dando vida

El cerebro materno es creativo para encontrar los caminos para cuidar, multiplica la propia fuerza, sabe arriesgar y sacrificarse. Reacciona de forma creativa delante de la emergencia. En este número contamos historias de mujeres con cerebro de madre. Mujeres valientes y resilientes, capaces de estar en primera línea en contextos de guerra, epidemia, hambre, pobreza, trata… en toda periferia existencial, desafiando esquemas preconcebidos, dando vida mientras dan su vida.

Estas mujeres encarnan el rostro de la Iglesia Madre, llamada a desarrollar un “cerebro materno”, a convertirse en “madre del corazón abierto” (‘Evangelii gaudium’ 46), orientada hacia pobres y marginados (ibidem, 48). Una Iglesia Madre es Iglesia “en salida”que no se repliega en sus seguridades y supera toda tentación de rigidez autodefensiva (ibidem, 45), de encerrarse en una maraña de obsesiones y procedimientos o estructuras (ibidem, 49).

Una Iglesia Madre está “descentrada”: sabe salir por las calles sin mirarse a sí misma, sin miedo de accidentarse, herirse o ensuciarse; y no se queda tranquila hasta que no tiene un solo hijo sin horizonte de vida. Las mujeres de este número despiertan el cerebro materno de la Iglesia y proponen con su ejemplo y su palabra que todos –hombres y mujeres, de cualquier fe y credo– lo adopten y lo hagan propio. La emergencia es una buena ocasión para salir de sí mismos y encontrar al otro.