Del cayuco a Alcalá de Henares gracias a un “puente” de fraternidad

Inmigrantes en Lampedusa, en una foto de archivo

Pese estar dando sus primeros pasos de vida (se creó el pasado 8 de enero), la Delegación de Migraciones de la Diócesis de Alcalá de Henares trata de hacer frente a un reto mayúsculo: ser uno de los principales apoyos para los internos en el Centro de Emergencia, Acogida y Derivación que la Administración ha puesto en marcha para atender a cientos de migrantes que llegan en cayucos a Canarias y que se reparten en distintos puntos del país.



En el caso de la ciudad madrileña, desde que los primeros migrantes llegaran a finales de noviembre, el Acuartelamiento Primo de Rivera, que actualmente cuenta con unas 1.350 plazas, ha atendido a muchísimas personas, pues el flujo de entradas y salidas es muy rápido, ya que los residentes pueden estar unos tres meses (el plazo es prorrogable) antes de desplazarse al enclave nacional o de la Unión Europea en el que consideren que tendrán más opciones de seguir adelante con su vida.

Gestionado por ACCEM

Gestionado el proyecto por ACCEM, una de las ONG que tiene acordada con el Estado la atención primaria a personas migrantes y refugiadas, desde el primer momento hubo tiranteces entre el Gobierno socialista de Pedro Sánchez, que es el que ha apostado por esta respuesta coordinada y repartida entre varias localidades españolas, y el Ejecutivo municipal alcalaíno, liderado por la alcaldesa Judith Piquet, del Partido Popular, que ha lamentado en numerosas ocasiones no tener toda la información en torno al programa de acogida.

Con todo, en medio de las tensiones que a veces se han dado, la Delegación de Migraciones ha buscado ser “puente” entre ambas instituciones, “hablando con todos, sin distinciones ideológicas y poniendo en el centro lo único importante: la persona”. Así lo apunta el sacerdote Fran Martínez, responsable de esta nueva estructura de la Iglesia alcalaína.

Fran Martínez, delegado de Migraciones de Alcalá de Henares

Espacio para el encuentro

Y es que, desde el primer día, el tratar de ser “un espacio para el encuentro” ha sido el santo y seña de la delegación, como demuestra también “el objetivo de reunirnos con todas las capellanías presentes en nuestra diócesis, conociendo de primera mano la situación de hermanos nuestros como los que conforman la comunidad africana, la china y la ucraniana, compartamos o no nuestra fe religiosa”.

En cuanto a la presencia en el Acuartelamiento Primo de Rivera, Martínez abunda en que “no partimos de cero, pues había varias entidades civiles cuya respuesta a estas personas se organizaba en torno a la plataforma Alcalá Acoge, donde había cristianos comprometidos y muy ligados a parroquias o a la HOAC. Por eso siempre digo que, más allá de la posterior creación de la delegación, los cristianos estaban donde había que estar desde la primera hora”.

Clases de español

En cuanto al modo de apoyar a los internos, el sacerdote alcalaíno explica que “ofrecemos clases de español con profesionales de Cáritas; algo muy valorado por los internos, que saben que dominar el idioma les abre muchas puertas de cara a su integración”. Además, gracias al compromiso de una treintena de voluntarios, “el próximo curso prestaremos también asesoramiento jurídico y psicológico”.

Y, lo más importante, “tratamos de compartir muchos momentos con estas personas, aprovechando que, al día, cuentan con hasta ocho horas libres fuera del centro de acogida”. Ratos de confidencias, consejos… o esparcimiento, “como las excursiones que hemos tenido con ellos a Cercedilla, en la sierra madrileña”.

Fran Martínez, delegado de Migraciones de Alcalá de Henares

Los crucificados de nuestro tiempo

Gracias a esta experiencia humana, el presbítero se siente “configurado espiritualmente, pues en el hermano migrante veo a Jesús. Reconforta mucho ver a tantas personas que se ofrecen a ayudar en lo que haga falta. Son muchos buenos samaritanos que escapan a esos discursos de confrontación que criminalizan a quienes, al fin y al cabo, son los más vulnerables y están al pie de la cruz. Los crucificados de nuestro tiempo no están aquí de turismo. Tampoco han venido a quitarnos el trabajo o a invadirnos… No vendrían aquí si en sus países hubiera paz, comercio justo o un desarrollo laboral y académico… No huirían desesperados si nuestras multinacionales o la industria de las armas no destrozaran su tierra”.

Un caudal humano que él ha visto representado en un caso que le ha marcado: “Mohamed [nombre ficticio para salvaguardar su identidad] vivía con su familia en su pueblo de Sudán y solo pensaba en sacar adelante a los suyos estudiando y luego trabajando. Hasta que un día vino la guerrilla a reclutar a niños soldado y él, siendo un adolescente, hubo de huir de su hogar, solo. Después de atravesar varios países, llegó a la costa. Cómo estaría de desvalido que hasta las personas que ganan mucho dinero montando a la gente desesperada en sus cayucos, se apiadaron de él y le dejaron viajar sin pagar nada… Ahora, está aquí con nosotros y solo tiene un sueño: estudiar, trabajar y volver un día a su pueblo de Sudán a ayudar a su familia. Le han quitado todo, salvo su gran objetivo vital, que siempre ha sido el mismo”.

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