Iglesia de San Francisco (Quito, Ecuador)
Queridos amigos:
Me alegra poder estar con ustedes, hombres y mujeres que representan y dinamizan la vida social, política y económica del país.
Justo antes de entrar en la Iglesia, el Señor Alcalde me ha entregado las llaves de la ciudad. Así puedo decir que aquí, en San Francisco de Quito, soy de casa. Su muestra de confianza y cariño, al abrirme las puertas, me permite presentarles algunas claves de la convivencia ciudadana a partir de la vida familiar.
Nuestra sociedad gana cuando cada persona, cada grupo social, se siente verdaderamente de casa. En una familia, los padres, los abuelos, los hijos son de casa; ninguno está excluido. Si uno tiene una dificultad, incluso grave, aunque se la haya buscado él, los demás acuden en su ayuda, lo apoyan; su dolor es de todos. ¿No debería ser así también en la sociedad? Y, sin embargo, nuestras relaciones sociales o el juego político, muchas veces se basa en la confrontación, en el descarte.
Mi posición, mi idea, mi proyecto se consolidan si soy capaz de vencer al otro, de imponerme. ¿Es ser familia eso? En las familias, todos contribuyen al proyecto común, todos trabajan por el bien común, pero sin anular al individuo; al contrario, lo sostienen, lo promueven. Las alegrías y las penas de cada uno son asumidas por todos. ¡Eso es ser familia!: si pudiéramos ver al oponente político, al vecino de casa con los mismos ojos que a los hijos, esposas o esposos, padres o madres. ¿Amamos nuestra sociedad? ¿Amamos nuestro país, la comunidad que estamos intentado construir? ¿La amamos en los conceptos disertados, en el mundo de las ideas?, ¡Amémosla en las obras más que en las palabras! En cada persona, en lo concreto, en la vida que compartimos. El amor siempre tiende a la comunicación, nunca al aislamiento.
A partir de este afecto, irán surgiendo gestos sencillos que refuercen los vínculos personales. En varias ocasiones me he referido a la importancia de la familia como célula de la sociedad. En el ámbito familiar, las personas reciben los valores fundamentales del amor, la fraternidad y el respeto mutuo, que se traducen en valores sociales esenciales: la gratuidad, la solidaridad y la subsidiariedad.
Para los padres, todos sus hijos, aunque cada uno tenga su propia índole, son igual de queribles. En cambio, el niño cuando se niega a compartir lo que recibe gratuitamente de ellos, rompe esta relación. El amor de los padres lo ayuda a salir de su egoísmo para que aprenda a convivir con los demás, a ceder, para abrirse al otro. En el ámbito social esto supone asumir que la gratuidad no es complemento sino requisito necesario de la justicia. Lo que somos y tenemos nos ha sido confiado para ponerlo al servicio de los demás, nuestra tarea consiste en que fructifique en obras de bien.
Los bienes están destinados a todos, y aunque uno ostente su propiedad, pesa sobre ellos una hipoteca social. Se supera así el concepto económico de justicia, basado en el principio de compraventa, con el concepto de justicia social, que defiende el derecho fundamental de la persona a una vida digna. La explotación de los recursos naturales, tan abundantes en el Ecuador, no debe buscar el beneficio inmediato. Ser administradores de esta riqueza que hemos recibido nos compromete con la sociedad en su conjunto y con las futuras generaciones, a las que no podremos legar este patrimonio sin un adecuado cuidado del medioambiente, sin una conciencia de gratuidad que brota de la contemplación del mundo creado.
Nos acompañan hoy aquí, hermanos de pueblos originarios provenientes de la amazonia ecuatoriana, esa zona es de las “más ricas en variedad de especies, en especies endémicas, poco frecuentes o con menor grado de protección efectiva… Requiere un cuidado particular por su enorme importancia para el ecosistema mundial (pues tiene) una biodiversidad con una enorme complejidad, casi imposible de reconocer integralmente, pero cuando son quemadas o arrasadas para desarrollar cultivos, en pocos años se pierden innumerables especies, cuando no se convierten en áridos desiertos (cfr.LS 37-38). Ahí Ecuador – junto a los otros países con franjas amazónicas – tiene una oportunidad para ejercer la pedagogía de una ecología integral. ¡Nosotros hemos recibido como herencia de nuestros padres el mundo, pero también como préstamo de las generaciones futuras a las que se lo tenemos que devolver!
De la fraternidad vivida en la familia, nace la solidaridad en la sociedad, que no consiste únicamente en dar al necesitado, sino en ser responsables los unos de los otros. Si vemos en el otro a un hermano, nadie puede quedar excluido, apartado.
El Ecuador, como muchos pueblos latinoamericanos, experimenta hoy profundos cambios sociales y culturales, nuevos retos que requieren la participación de todos los actores sociales. La migración, la concentración urbana, el consumismo, la crisis de la familia, la falta de trabajo, las bolsas de pobreza producen incertidumbre y tensiones que constituyen una amenaza a la convivencia social. Las normas y las leyes, así como los proyectos de la comunidad civil, han de procurar la inclusión, abrir espacios de diálogo, de encuentro y así dejar en el doloroso recuerdo cualquier tipo de represión, el control desmedido y la merma de libertades. La esperanza de un futuro mejor pasa por ofrecer oportunidades reales a los ciudadanos, especialmente a los jóvenes, creando empleo, con un crecimiento económico que llegue a todos, y no se quede en las estadísticas macroeconómicas, con un desarrollo sostenible que genere un tejido social firme y bien cohesionado.
Por último, el respeto del otro que se aprende en la familia se traduce en el ámbito social en la subsidiariedad. Asumir que nuestra opción no es necesariamente la única legítima es un sano ejercicio de humildad. Al reconocer lo bueno que hay en los demás, incluso con sus limitaciones, vemos la riqueza que entraña la diversidad y el valor de la complementariedad.
Los hombres, los grupos tienen derecho a recorrer su camino, aunque esto a veces suponga cometer errores. En el respeto de la libertad, la sociedad civil está llamada a promover a cada persona y agente social para que pueda asumir su propio papel y contribuir desde su especificidad al bien común. El diálogo es necesario, fundamental para llegar a la verdad, que no puede ser impuesta, sino buscada con sinceridad y espíritu crítico. En una democracia participativa, cada una de las fuerzas sociales, los grupos indígenas, los afroecuatorianos, las mujeres, las agrupaciones ciudadanas y cuantos trabajan por la comunidad en los servicios públicos son protagonistas imprescindibles en este diálogo.
Las paredes, patios y claustros de este lugar lo dicen con mayor elocuencia: asentado sobre elementos de la cultura incaica y caranqui, la belleza de sus proporciones y formas, el arrojo de sus diferentes estilos combinados de modo notable, las obras de arte que reciben el nombre de “escuela quiteña”, condensan un extenso diálogo, con aciertos y errores, de la historia ecuatoriana. El hoy está lleno de belleza, y si bien es cierto que en el pasado ha habido torpezas y atropellos – ¡cómo negarlo! – podemos afirmar que la amalgama irradia tanta exuberancia que nos permite mirar el futuro con mucha esperanza.
También la Iglesia quiere colaborar en la búsqueda del bien común, desde sus actividades sociales, educativas, promoviendo los valores éticos y espirituales, siendo un signo profético que lleve un rayo de luz y esperanza a todos, especialmente a los más necesitados.
Muchas gracias por estar aquí, por escucharme, les pido por favor, que lleven mis palabras de aliento a los grupos que ustedes representan en las distintas esferas sociales. Que el Señor conceda a la sociedad civil que ustedes representan ser siempre ese ámbito adecuado donde se vivan estos valores.
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