El 12 de abril, la Archidiócesis de Madrid celebró el Primer Encuentro de Evangelizadores Digitales, en el que participaron sacerdotes, religiosos y laicos que hacen de la pantalla su medio para anunciar a Jesús. Esta presencia virtual, a través de redes sociales, aplicaciones y diversos medios de comunicación, es un trampolín para una Iglesia en salida que busca hacerse presente en todas las periferias existenciales.
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Esta misión va más allá de ser una mera herramienta para la pastoral juvenil, para erigirse en un continente digital que alcanza a todas las generaciones y áreas vitales. Cualquier influencer católico con cierta notoriedad tiene más seguidores que los feligreses de varias diócesis. Sus vídeos de apenas unos segundos o sus pocas palabras en una publicación son el púlpito que contagia cómo ser cristiano hoy, tanto a los alejados como a quienes están cerca. A la vez, pueden reafirmar, alentar, explicar y sumar, pero, lamentablemente, también confundir, contaminar, enfrentar y agitar.
Las redes sociales son trinchera para haters que se dicen católicos abanderados de una errada pureza y tradición, que se revuelven contra las reformas papales. Con un lobby nada desdeñable detrás, se fomentan la crispación y el odio, superando límites inimaginables, hasta cuestionar la autoridad del sucesor de Pedro y vapulear a todo aquel que respire un mínimo aire conciliar.
Violencia digital
No resulta casual que la reciente declaración de Doctrina de la Fe, ‘Dignitas infinita’, dedicara un epígrafe específico a “la violencia digital” como amenaza a la dignidad humana, territorio propicio para las noticias falsas y las calumnias, o para el ciberacoso. Frente a estas alertas, no cabe dejarse enredar en una guerra fratricida ni responder con pataletas. Bien lo saben los misioneros digitales, que se sacuden el polvo de sus zapatos y siguen dejándose la piel haciendo de las redes su ágora para el primer anuncio y como altavoces de una Iglesia abierta a abrazar a todos. Francisco, consciente de su relevancia, ha dado voz y voto en el Sínodo de la Sinodalidad a una religiosa y a un laico ‘digitales’.
De ahí la pertinencia de este encuentro convocado en la capital de España, que sigue la estela de la ‘cumbre’ celebrada durante la JMJ de Lisboa, promovida por el Dicasterio para las Comunicaciones. Estas citas deben ser el punto de partida de un acompañamiento eclesial permanente a estos evangelizadores. No se trata de fiscalizar su labor con una ‘Inquisición virtual’, pero sí de orientar, formar y promover el discernimiento, como con cualquier otro agente pastoral y ministerio. Para detectar y frenar a falsos predicadores iluminados y, a la vez, ratificar y enviar a estos misioneros de nuevo cuño en nombre y en comunión con la Iglesia.