El viernes 23 de junio, la Santa Sede organizó un encuentro del Papa con más de 200 artistas en la Capilla Sixtina. La convocatoria buscaba conmemorar la creación, hace 50 años, de la Colección de Arte Moderno y Contemporáneo de los Museos Vaticanos. Pablo VI impulsó esta iniciativa, dentro de su empeño por establecer un diálogo sin prejuicios con el mundo.
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La Iglesia cuenta con un pasado nada desdeñable como mecenas –de la arquitectura a la escultura, pasando por la pintura, la literatura y la música–, desde la convicción de que las artes son un puerta de acceso al encuentro con Dios, además de un instrumento evangelizador. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, ha dejado de ser el único motor en esta materia; y no solo eso, sino que, además, ha renunciado a situarse en la vanguardia de la creación. En múltiples ocasiones, Francisco ha insistido en que la Iglesia no puede convertirse en un museo de antigüedades, encerrada en sí misma, sin vida, obsoleta.
Esta metáfora resulta significativamente válida en la esfera del arte. Al igual que en otros ámbitos pastorales, aquí también sobrevuela la tentación de dejarse a atrapar por la autorreferencialidad. Enmarañarse en una historia gloriosa puede degenerar en un concepto errado de pureza creativa, que identifique únicamente como válidas aquellas expresiones marcadamente confesionales con un tinte ortodoxo, desdeñando todo aquello que provenga del mundo no creyente, por considerarlo profanador y hereje.
Cuatro participantes españoles
No es esta la deriva que soñaba el conciliar Montini, como tampoco es la idea que vertebra el encuentro que ahora ha convocado Francisco. La propia selección de los invitados desvela perfiles no necesariamente creyentes, pero sí con una hondura que vislumbra una pasión por compartir con la Iglesia cómo abordar la interioridad del ser humano y ejercer de altavoz de denuncia social. En esta línea trabajan los cuatro participantes españoles: Cristina Morales y su misticismo reivindicativo, Javier Cercas con su novela testimonio, el intimismo del guitarrista Vicente Amigo y la plasticidad profética de Gonzalo Borondo. A todos ellos, Francisco les invitó –a cada uno desde su disciplina y sus convicciones– a convertirse en “aliados del sueño de Dios”.
Al igual que ha hecho en materia educativa o económica, el Pontífice argentino sugería de esta manera un nuevo pacto global por un arte que visibilice “tantas cosas que importan, como la defensa de la vida humana, la justicia social, los últimos, el cuidado de la casa común, el sentirnos todos hermanos”. Una alianza más que necesaria para que el mundo y la Iglesia redescubran el compromiso con la verdad y con la humanidad por la vía de la belleza.