Se cumplen dos años de la publicación de ‘Amoris Laetitia’, un periplo nada fácil. Si ya durante los sínodos de la familia, el mero hecho de tocar sus heridas llevó a algunos a poner el grito en cielo, el tono de las críticas se elevó toda vez que se conoció la nota al pie del capítulo VIII sobre el acceso a la comunión de los divorciados vueltos a casar. Se convirtió en un ariete contra el Papa para acusarle de laxitud moral, cuando no de herejía, al igual que ya se había cuestionado la reforma de los procesos de nulidad.
De poco parecía haber servido el Año de la Misericordia para hacer comprender a una resistencia minoritaria, pero ruidosa, que la Iglesia como madre no puede actuar como un juez con sus hijos, sino que está llamada a salir a su encuentro, sin renunciar a sus máximas, pero sí dando una respuesta de acogida personal.
El éxito de ‘Amoris laetitia’ no puede ni debe evaluarse por la inmediatez de su aplicación, en tanto que busca abrir procesos a medio y largo plazo. Sin embargo, no menos cierto es que, fruto de esas críticas, en este primer aterrizaje sí se aprecia cierta timidez, cuando no desidia.
Prueba de ello es la escasa proactividad a la hora de auspiciar iniciativas pastorales, más allá de jornadas aisladas de sensibilización y de formación. Sin cuestionar la impecable labor de las delegaciones diocesanas de familia y de los centros de orientación familiar, en ocasiones da la sensación de que se evoca en genérico a la exhortación, pero sin materializarla en planes de acción. Tampoco se ha impulsado texto alguno desde el Episcopado español que respalde de forma explícita el texto y ofrezca orientaciones detalladas.
Así, más allá de los deseos expresados por algunos obispados, escasean los grupos de acompañamiento a separados y divorciados como los abanderados por redentoristas, misioneros del Espíritu Santo o jesuitas, y que ya venían trabajando muchos años antes de ‘Amoris laetitia’. Respaldados ahora por la exhortación, lamentablemente solo son un oasis en un desierto eclesial para unos cristianos que han optado por alejarse, al no sentirse recibidos en casa como uno más.
Quienes sí han comenzado a aplicar las propuestas de frontera desde el acompañamiento y el discernimiento, lo están haciendo con la prudencia y discreción que exige, pero también con un exceso de celo, incluso de tapadillo, por temor a ser señalados, cuando simplemente están aplicando magisterio papal.
Frente a este clima algo hostil, aplicar de verdad ‘Amoris laetitia’ requiere de valentía y determinación en toda la comunidad, para hacer realidad su envío a abrazar a todas las realidades familiares para que se sientan integradas en plenitud en la gran familia de la Iglesia.