La Santa Sede ha dado luz verde a la instrucción ‘La identidad de la Escuela Católica para una cultura del diálogo’. El documento actualiza el ser y hacer de los centros vinculados a la Iglesia, a los que llama a abanderar “un compromiso de testimonio a través de un proyecto educativo claramente inspirado en el Evangelio”. Para un colegio o una universidad, ser católico no es apellido, sino sustantivo, el pilar sobre el que descansa el quehacer cotidiano de sus alumnos, maestros y personal no docente.
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Como acertadamente alerta la instrucción, en esta verificación de catolicidad se pueden detectar visiones “reductoras”. Unas, descafeinando esta esencia con valores poco definidos. Otras, pretendiendo convertir las aulas en fábricas de creyentes a golpe de proselitismo. Y, en ambos casos, con una mirada mercantil que destierra su misión evangelizadora.
Para evitarlo, el vademécum vaticano establece mecanismos que buscan garantizar esta identidad y la viabilidad del proyecto. Unas medidas concretas que van a exigir en los próximos meses y años un pilotaje desde el diálogo y el sentido común por parte de todos los actores eclesiales implicados, desde las congregaciones religiosas a los obispos locales, pasando por los directivos de cada uno de los centros educativos.
Y es que la Instrucción aborda cuestiones tan vitales y espinosas como el cierre de los colegios, la contratación y despido del personal docente según el código de conducta de la escuela, además de encomendar al obispo local la labor de vigía de la doctrina y moral de los centros. De puertas para afuera, también se anima a tomar “medidas razonables” para defender los derechos de la escuela católica ante las autoridades civiles, incluso “mediante el recurso a los tribunales”.
Abordar con ligereza estos extremos o contaminar la defensa identitaria con otros intereses, podría desembocar en una guerra tanto con los poderes públicos como dentro de la propia Iglesia, tumbando el talante propositivo del texto.
Una escuela inclusiva y en salida
Porque, en el fondo y en la forma, el examen para constatar si una escuela es católica de verdad pasa por comprobar si pone a los niños y jóvenes, con sus sueños y sus heridas, en el centro de su proyecto educativo y de su día a día al estilo de Jesús de Nazaret. Una escuela inclusiva y en salida, acicate de ese Pacto Educativo Global promovido por el papa Francisco para activar un diálogo fraterno y sincero con las familias y la sociedad civil.
Y, por tanto, una escuela eminentemente misionera, que sepa contagiar la alegría del Evangelio entre los más pequeños, descubriendo en ellos la semilla de esos hombres y mujeres del mañana capaces de construir una fraternidad universal, para hacer realidad el Reino de Dios.