El viaje del papa Francisco este 19 de mayo a Verona se ha convertido en algo más que un mero canto en favor de la paz. El abrazo a tres bandas del sucesor de Pedro con un israelí y un palestino víctimas de la guerra en Gaza explicita cual es la vocación que todo cristiano ha de adoptar ante cualquier conflicto.
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Más allá de las razones legítimas de unos y de otros –ya sea en Oriente Próximo, en Europa o en África–, la Iglesia ha de ejercer siempre de abanderada de todo puente que lleve a la paz, a superar la dinámica de los bandos. Una máxima que, lejos de ser una mera declaración de intenciones ‘naif’, se traduce en una diplomacia activa de la Santa Sede en los despachos y como voz de denuncia ante quienes convierten la guerra en un negocio a través de las armas.
Apostar por la reconciliación
Pero, sobre todo, a ras de suelo, en cada católico que cambia el odio y el rencor en medio de las bombas y de las trincheras para apostar por la reconciliación con sus vecinos en los países martirizados por la guerra. Un complejo equilibrio con desgaste y ataques permanentes por una posición que, lejos de ser una neutralidad al estilo de Poncio Pilato, es la materialización de la bienaventuranza de los hijos de Dios que trabajan por la paz.