Santiago de Compostela afronta un jubileo más que singular. La pandemia ha llevado a la Santa Sede a prolongar hasta 2022 un tiempo de gracia que tiene este 25 de julio una de sus principales postas. Porque el origen de este jubileo hay que buscarlo en el hecho de que la solemnidad del Apóstol caiga en domingo –no ocurría desde hace once años–, según estableció Calixto II en 1126, una vez colocada la última piedra de la catedral.
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Si en el Medievo se consagró como principal destino de la cristiandad, junto a Roma y Jerusalén, en las últimas décadas, la ciudad gallega se ha convertido en una capital turística global, hasta la que llegar a pie, en bicicleta, a caballo… El Camino de Santiago se presenta como una ruta indispensable vinculada al ocio, al deporte, a la cultura, a la gastronomía, al descanso…
Atractivos que se han erigido como suficientes, pero que no pueden reconfigurar el concepto de peregrinación ni difuminar la razón de ser de la andadura. Acudir a Compostela es, sobre todo y ante todo, peregrinar hacia dentro y hacia fuera. Como bien recuerda Francisco en su mensaje con ocasión de la apertura de la Puerta Santa, implica adentrarse en el interior de uno mismo para, a la vez, salir del propio yo, dejando que Dios habite para posibilitar el encuentro con los hermanos.
Cualquiera que se haya encaminado alguna vez a Santiago, desde cualquier ruta, descubre a cada paso una lección vital: desprenderse de las cargas y cultivar la austeridad, aceptar las limitaciones físicas y abrazar el agotamiento, despertar a la contemplación y a la escucha, concienciarse del cuidado de la Casa Común, aprender a caminar al ritmo del otro en sinodalidad, descubrir samaritanos en un crucero y reconocerse a sí mismo como samaritano…
Toparse con Dios
En definitiva, es abrirse a la posibilidad de toparse con Dios hecho peregrino que interpela. Una vez alcanzado el Monte del Gozo, el Obradoiro, dado el abrazo al Apóstol y recogida la Compostela, de poco servirán los kilómetros acumulados si de vuelta a casa todo sigue igual. No tiene sentido un experiencia de Tabor si no genera conversión alguna. Para posibilitarlo, la Iglesia se hace compañera de camino en cada etapa, con espacios de encuentro en templos, albergues, casas de acogida, centros culturales…
Así, el Camino se revela, hoy más que nunca, como oportunidad para retomar esa pasión evangelizadora que la tradición atribuye a Santiago el Mayor, el aventurero que dejó su tierra de confort para poner rumbo a los confines del mundo, ese apóstol que no se achantó ante la llamada de abanderar una comunidad cristiana en salida. Su ejemplo, un par de milenios después, es una interpelación a ser Iglesia peregrina en la frontera, sin alforjas.