Por primera vez en la historia, las mujeres contarán con voz y voto en en la Asamblea General del Sínodo de la Sinodalidad, que arrancará este octubre y que contará con una ‘sesión de vuelta’ en otoño de 2024. De entre los 364 participantes de pleno derecho, 54 sufragios tendrán una impronta femenina, además de otras 31 religiosas y laicas que colaborarán como invitadas especiales, expertas, facilitadoras…
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En un mundo que reconoció el sufragio universal hace un siglo, parece que la Iglesia llega tarde. Sin embargo, supone un salto cualitativo y cuantitativo más que significativo. Si en la cita amazónica de 2019 ninguna mujer pudo materializar su parecer sobre el documento final que se presentó al Papa, de una tacada representan ahora al 14,9% del censo asambleario.
Se traducen así las constantes alusiones de Francisco a la hora de reconocer el liderazgo femenino, como ha ido visibilizando en algunos puestos clave de la Curia. Pero, sobre todo, traduce la máxima conciliar de concebir la Iglesia como Pueblo de Dios, donde todo bautizado, con independencia de su vocación y ministerio, obtiene una carta de ciudadanía cristiana con la misma capacidad y dones de responder a los signos de los tiempos y, por tanto, de interpretar y acoger el viento fresco del Espíritu que sopla lo mismo a un obispo que a una consagrada, a una madre de familia que a una catequista.
Con el voto laical hecho realidad, no conviene perder la perspectiva de que la Asamblea no es un parlamento, y las propuestas que nazcan del diálogo entre sus miembros tienen un carácter consultivo y no vinculante. Y, sobre todo, se trata del espacio de reflexión y debate del Sínodo de los Obispos, esto es, una estructura episcopal constituida por Pablo VI en 1965, que ahora se abre para que un 25% de los convocados con derecho a voto no sean precisamente pastores con mitra y báculo.
Apuesta por la diversidad
En cualquier caso, los seglares en general, y las mujeres en particular, están llamados a llevar a este espacio las realidades de todos los rincones del orbe católico y de todas las sensibilidades eclesiales. Y es ahí donde Francisco se ha empeñado personalmente en que compartan bancada, el cardenal Gerhard Müller, prefecto emérito para la Doctrina de la Fe, que ha ninguneado la propia convocatoria sinodal y se ha especializado en ‘negacionismo bergogliano’, y el jesuita James Martin, el ‘capellán’ del colectivo LGBTQ.
Es en esta apuesta por la diversidad, por dar voz y voto tanto al centro como a la periferia, donde radica la esencia de esa sinodalidad que solo será posible si, dentro y fuera del aula, se aborda con una conciencia corresponsable de comunión, participación y misión.