La Santa Sede ha publicado la investigación interna que acabó con la retirada del cardenalato del que fuera arzobispo de Washington, Theodore McCarrick. Sin duda alguna, se trata de un ejercicio de transparencia sin precedentes; no solo en la historia de la Iglesia, sino también frente a cualquier otra institución civil y política. Máxime al destapar todas las vergüenzas eclesiales que han permitido que un lobo vestido de cardenal campara sin cortafuegos a lo largo y ancho de varios papados.
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Con las víctimas
Solo desde ahí se entiende esa ‘tolerancia cero’ de Francisco frente a la pederastia y toda forma de corrupción que, todavía hoy, algunos consideran exagerada. No hay hipérbole papal alguna cuando se analizan las más de 400 páginas de un estudio que pone bajo el foco la impunidad con la que se movía McCarrick para cometer abusos de poder, de conciencia y sexuales.
Y cómo la combinación de una inteligencia supina y criminal le llevó a pervertir a su paso, a golpe de diplomacia soft, tan elegante como corrosiva, a quienes callaron su voz a sabiendas y, simplemente, miraron para otro lado. La Iglesia no se puede permitir ni soportar otro McCarrick. Los católicos, tampoco. Las víctimas, aún menos.