En apenas unos días, España ha perdido a dos pastores pertenecientes a la generación que acompañó al cardenal Tarancón en la compleja encrucijada de la Iglesia por la Transición y en la acogida del Concilio Vaticano II. Tanto Gabino Díaz Merchán como Antonio Montero representan, con su entrega, una valentía desde la moderación que les llevó a dar un paso al frente en defensa de los derechos y libertades, así como del aggiornamento eclesial, aun sabiendo los peajes y la incomprensión que, en no pocos momentos, tuvieron que pagar de puertas para dentro.
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En el caso del arzobispo emérito de Mérida-Badajoz, este compromiso se tradujo en una imperante necesidad de contagiar ese empeño del incomprendido Pablo VI por dialogar con la modernidad, frente a quienes pensaban –y dejan caer todavía hoy– que cualquier diálogo con el diferente supone claudicar a los postulados de otros, cuando en realidad pasa por sumar al servicio del bien común.
Desde este covencimiento, Montero se convirtió en un emprendedor, no con ánimo de lucro, sino con la única pasión de anunciar la Buena Noticia. Así, se convirtió en fundador de Propaganda Popular Católica (PPC) que, lejos de tener un fin propagandístico en términos políticos o ideológicos, siempre ha buscado propagar esa Buena Noticia a través del mundo editorial hoy con fuerzas renovadas.
Puso en marcha Vida Nueva
Con ese mismo ímpetu evangelizador, el que sería el obispo periodista puso en marcha Vida Nueva. Y no lo hizo solo, sino en comunidad, junto a otros sacerdotes y laicos, a los que urgía ejercer un periodismo religioso, que no pío, desde la profesionalidad e independencia. “Nunca, ni de lejos, ha pretendido esta revista ser ni aparecer, ni oficial ni oficiosamente, la voz de la Iglesia; pero sí, una voz en la Iglesia; aunque siempre voz de Iglesia; o sea, desde dentro de ella, y sin volar al propio antojo”, exponía una y otra vez sobre la línea editorial de esta publicación a punto de cumplir 65 años.
Más de seis décadas en la que ese rigor desligado de cualquier rasgo de corporativismo o clericalismo la ha convertido, sin buscarlo, en un altavoz incómodo al comunicar, desde la comunión en la diversidad, una Iglesia abierta, propositiva, con los pobres y vulnerables en el centro, sintiéndose vecina de sus conciudadanos desde su responsabilidad para hacer realidad el Reino de Dios a partir de la construcción de un mundo más fraterno.
La muerte de Antonio Montero se convierte así en una llamada para volver al punto de partida sin nostalgias, tanto para PPC como para Vida Nueva, con el fin de redoblar la apuesta conciliar, que tiene en Francisco un acicate desde su renovada apuesta por una Iglesia en salida, pobre para los pobres y hospital de campaña.