Cuatro ciudades en cinco días. El maratón de Francisco en Colombia ha supuesto una inyección a un pueblo necesitado de esperanza, que debía recuperar un papel activo para reconstruirse tras medio siglo de violencia guerrillera, paramilitares, corrupción, narcotráfico, desprecio a los indígenas, explotación medioambiental…
En los últimos años han sido innumerables los agentes internos y externos que han intervenido para dibujar abstractos planes de paz y programas de desarrollo. Sin embargo, nadie como Francisco parecía haber caído en la cuenta de que resultaba apremiante configurar una hoja de ruta real para los corazones de los colombianos. Ahí radica parte del éxito del Papa.
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Jorge Mario Bergoglio ha dejado a un lado las llamadas genéricas a diálogos de cartón piedra para proponer a cada colombiano una reconciliación cara a cara, consciente de que las heridas todavía supuran. En varias ocasiones ha utilizado el término “concretar” para referirse a la urgencia de aterrizar esta reparación individual y colectiva ante la comprensible sed de venganza. Ese es el “primer paso” para hacerles corresponsables que ya anunciaba el lema del viaje, y que Francisco ha explicitado tras un acuerdo de paz con las FARC que no acaba de cuajar.
Para ello, ha conjugado su empatía en los gestos cercanos con una palabra valiente y precisa para que ninguno de los actores implicados pudiera apropiarse de su mensaje o utilizarlo como arma arrojadiza. Francisco sí ha sabido implicarse con el pueblo colombiano –“vengo a llorar con ustedes”–, pero no se ha dejado embaucar por intereses partidistas, el mayor riesgo de este viaje.
Con la beatificación de dos mártires de la violencia y el Gran Encuentro por la Reconciliación en Villavicencio como eje donde víctimas y victimarios se han estrechado la mano y compartido su dolor, ha apelado a la memoria, a la justicia y el perdón para forjar la verdad. Sin estos ejes vertebradores, caerá en papel mojado todo intento de regeneración. Tampoco se puede diseñar un futuro en paz, bajo esta tesis papal, si antes los poderes públicos no se comprometen a erradicar los males estructurales: la pobreza y la desigualdad.
La Iglesia colombiana está llamada a capitanear esta misión de lograr la unidad en un país fracturado. Se trata de la única institución con la suficiente autoridad moral como para velar por la honestidad en las altas esferas, pero, sobre todo, con la credibilidad para impulsar la convivencia en plazas y pueblos de un país que parece haber recuperado la confianza. En el horizonte, la misericordia que abandera este Pontificado: “Colombia, déjate reconciliar. No tengan temor a pedir y ofrecer perdón”.
A FONDO. ESPECIAL PAPA EN COLOMBIA (SOLO SUSCRIPTORES)
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