El papa Francisco no da tregua en su empeño de sanear las cuentas eclesiales. Tanto es así que, como ha confirmado ‘Vida Nueva’, por primera vez un pontífice ha rechazado los presupuestos anuales de la Santa Sede, instando a cada uno de los entes que conforman el conglomerado vaticano a que revisen sus partidas de gastos. ¿El motivo? Una bancarrota que acecha desde hace décadas y a la que ha decidido ponerle coto como respuesta al encargo que lanzaron los cardenales durante las congregaciones generales previas al cónclave que eligió a Jorge Mario Bergoglio.
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Tras el desembarco truncado del fallecido cardenal George Pell, los cambios reales llegaron en la Secretaría de Economía con el nombramiento en un primer momento del jesuita español Juan Antonio Guerrero, que cedió después el testigo al economista Maximino Caballero. En un tiempo récord, han establecido mecanismos de supervisión y control de cuentas, medidas para frenar en seco el blanqueo y otras tantas corruptelas, además de fijar criterios objetivos tanto para licitar una obra como para contratar personal.
O lo que es lo mismo, se ha pasado de un desconcierto generalizado que dejaba algo más que una puerta entreabierta a los amantes de lo ajeno, con querencia a meter la mano en el cepillo –ya sean clérigos o laicos–, para profesionalizar todo el engranaje financiero de la Iglesia. No resulta extraño deducir que este ejercicio de transparencia ha traído consigo no pocas resistencias por parte de quienes han visto cómo se ponía fin a todo tipo de impunidad. Esta oposición de clanes curiales con ascendencia fundamentalmente italiana, pero no solo, también ha buscado menoscabar la autoridad papal, enmascarando su guerra financiera con otros intereses doctrinales o ideológicos.
Reducción del déficit
Pese a todo lo conseguido hasta ahora, que comienza a visibilizarse en una reducción del déficit, el plan establecido por la Secretaría de Economía –con la supervisión directa de Francisco– solo podrá apuntalarse si se genera una auténtica conversión cultural, que pasa por que los departamentos vaticanos dejen de funcionar como estamentos estanco para trabajar con sencillez y sobriedad. Asimismo, urge un mayor compromiso de las Iglesias locales con la sostenibilidad de la Santa Sede.
Sin que se genere este cambio de mentalidad, de poco servirá que se cobre el alquiler a los cardenales curiales o que se multe a las instituciones que no rindan cuentas según los protocolos establecidos. La prueba llegará si, en la nueva oportunidad que el Papa ha dado a todos los entes de la Santa Sede, se ajustan verdaderamente el cinturón para que la economía esté al servicio de la misión y no a la inversa.