Editorial

Conversión a un nuevo orden mundial

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En paralelo a la Cuaresma, ha arrancado el Ramadán. Tiempos de conversión, desde la oración y el ayuno, para católicos y musulmanes. Tiempos para el encuentro con Dios y con los hermanos, cada uno desde su credo. Pero también para redescubrir cuánto se tiene en común si se comparte la apertura a la trascendencia.



La diversidad creciente de la sociedad española, fruto del fenómeno migratorio, se ha traducido en una presencia cada vez mayor de quienes profesan el islam. Se calcula que en España ya hay cerca de 2,5 millones de mahometanos que son vecinos, puerta con puerta, de cristianos y no creyentes. Algunos, además, comparten techo, como es el caso de tantos proyectos de acogida, promoción y desarrollo promovidos por la Iglesia católica que tienen como beneficiarios a no pocos seguidores de Alá procedentes de Marruecos y del África subsahariana.

Cristianos_musulmanes

En estas comunidades se comparte con naturalidad la fe y la vida, al estilo de san Carlos de Foucauld, profeta del diálogo interreligioso que hizo de su entrega por el Evangelio un puente de encuentro con el diferente. “Estoy aquí, no para convertir de un golpe a los tuaregs, sino para tratar de comprenderlos y ayudarlos. Estoy convencido de que Dios en su bondad acogerá en el cielo a quienes fueron buenos y justos, sin necesidad de que sean católicos romanos”, decía este profeta referente para otros tantos misioneros que han sabido que evangelizar no es tanto convertir como amar, sentir al otro prójimo.

Ruta prioritaria

En un momento de crisis como el actual, agitado por quienes se presentan como errados mesías que abanderan ideologías caducas, y de un neoliberalismo sin límites, los creyentes tienen mucho que hacer y decir para buscar una vía alternativa que se torne ruta prioritaria. Esta apuesta por una convivencia real, por encima de las diferencias, en la que prime la dignidad de todos, la negociación frente a los mercaderes, la tolerancia frente a la violencia, requiere hombres y mujeres de fe que sepan hacer ver que el Dios de la vida nunca respaldará la guerra ni la explotación, ni, mucho menos, un mundo de vencedores y vencidos. No es una quimera, ni tampoco una ensoñación, abrirse paso para configurar esa amistad social y esa fraternidad universal por la que aboga el papa Francisco en su encíclica Fratelli tutti y que tuvo su punto de partida en la cumbre de Abu Dhabi que lideró hace ahora seis años junto al gran imán de al-Azhar.

Una Cuaresma y un Ramadán transformadores en lo personal pasan por redoblar el compromiso de cristianos y musulmanes para construir otro nuevo orden mundial, basado en un nosotros como hermanos frente al régimen globalizador impuesto por quienes no tienen fe, ni en Dios ni en el ser humano.

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