Editorial

Coronavirus: contra el virus del pánico

Compartir

El coronavirus es la primera epidemia de alcance global de nuestra era. En pocos días, el COVID-19 ha puesto patas arriba la vida cotidiana de millones de ciudadanos y ha cuestionado los pilares del Estado del bienestar del primer mundo al colapsar los sistemas sanitarios.

Sin entrar en proclamas demagógicas, nadie niega que esta crisis ha puesto en jaque a las grandes potencias, mientras que en las periferias continúan padeciendo en silencio la letalidad de sus males endémicos.



Pero, más allá de esto, se está poniendo a prueba nuestra manera de afrontar la vida en su sentido más profundo, que se traduce en lo más cotidiano, que ahora adquiere tintes de excepcionalidad. El virus del pánico adosado al microbio biológico es la amenaza que se cierne sobre todos, pero principalmente, sobre cada uno. Frente a ello, la sensatez que brota del discernimiento debe primar para saberse mover entre la incertidumbre y la preocupación comprensibles.

En la Iglesia se acumulan los foros dedicados a plantear cuál es el lugar de los católicos en la vida pública, con sus correspondientes planes pastorales, de los que se deduce que el testimonio es la única vía de evangelización. Ha llegado la hora de la prueba, de ser testigos ante una alarma sanitaria que ha evolucionado en emergencia global.

Cada gesto será reflejo de si la opción vital por Jesús de Nazaret es algo más que una intención. Como ciudadanos, en la asunción de responsabilidad en el cumplimiento de las directrices de las autoridades públicas sin titubeos, desde la higiene a una posible cuarentena, la reducción de la actividad social y de la movilidad…

Apelar a la sensatez en la fe

Desde una mirada de fe, en medio de la enfermedad. En la entrega vocacionada y responsable de todo personal sanitario y de quienes contribuyen a paliar esta crisis. Cuidando a los más vulnerables ante esta epidemia, esto es, los mayores y quienes no tienen acceso a los recursos básicos.

No hay mejor manera de ser cristiano en medio del caos y la vulnerabilidad que la ejemplaridad evangélica. Contagiando serenidad y solidaridad frente a los episodios de histeria colectiva de acopio y egoísmo. Depositando la confianza en una oración que ha de intensificarse en favor de las víctimas y sus familias. Apelando a la sensatez en la vida de fe, sin entrar en disquisiciones estériles sobre ritos y formas.

De poco servirán las tertulias dogmáticas si se adopta la vía italiana de prohibir las misas y funerales, así como cerrar el Vaticano a cal y canto. No hace falta llegar a extremo alguno para decidir cómo situarse ante el coronavirus y ante la existencia: profeta apocalíptico o discípulo misionero. En plena Cuaresma, un imperativo global para desprenderse de lo accesorio y volver a la esencia del ser cristiano.

Lea más: