En estos días, Cáritas Española celebra 75 años de su fundación, con una mirada agradecida al pasado, pero sin dejarse atrapar por la nostalgia. Entre otras cosas, porque el contexto actual en el que se mueve la plataforma social de la Iglesia, con una pobreza enquistada, una creciente inflación y una recesión a la vuelta de la esquina, no permite bajar ni mucho menos la guardia.
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En estas casi ocho décadas, sus voluntarios y trabajadores han sabido reinventarse para pasar del asistencialismo a ser el principal motor de integración, a pie de parroquia, de centro social, pero también como voz de denuncia a través de sus informes de exclusión.
Epicentro de la acción pastoral
Así se ha ganado una autoridad en medio de la sociedad, convirtiéndose en la mayor fuente de credibilidad de una Iglesia que debe asumir la responsabilidad de apostar por Cáritas, no como un anexo parroquial, sino como epicentro de su acción pastoral, promoviendo un relevo generacional más o menos urgente del voluntariado, cuidando la renovación estructural y velando por la sostenibilidad de sus proyectos.
Para que Cáritas continué entregándose por los últimos, ha de ser una prioridad en toda agenda eclesial.