Editorial

Desde un ecumenismo real

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En la travesía de un pontificado que ha abierto innumerables reformas para aterrizar el Concilio Vaticano II, como la sinodalidad, y que está afrontando lacras como los abusos sexuales, podría parecer que el ecumenismo hubiera quedado en un segundo plano ante una asignatura pendiente no prioritaria. Nada más lejos de la realidad. Desde el inicio de su ministerio, Francisco ha impulsado el diálogo permanente y, sobre todo, fraterno, entre todas las confesiones cristianas. Una apuesta que se materializa, no solo en las celebraciones compartidas en sus viajes internacionales, sino en un mano a mano tanto en los eventos más significativos de la vida de cada una de las Iglesias como en lo cotidiano.



Además, de forma constante se visibilizan hechos, gestos y palabras que hablan de un proceso que, no solo está abierto, sino que se transita a ritmo que favorece sinergias sin sobresaltos.

La escucha activa al viento fresco que siempre trae el Espíritu Santo está propiciando un diálogo que ilumina los puntos de desencuentro para diluir tensiones y focos de conflicto con el fin de abordarlos desde la fraternidad y no desde bandos enfrentados. Así, hace tan solo unas semanas, el Papa salvaba con sencillez ante los líderes anglicanos la cuestión “divisiva” de la primacía papal, subrayando que el obispo de Roma es “el siervo de los siervos de Dios”.

De la misma manera, la Santa Sede recuperaba en el Anuario Pontificio el título de patriarca de Occidente, como un paso para tender puentes con la vista puesta en el Jubileo de 2025. Así lo reconoce Bartolomé, el patriarca ecuménico de Constantinopla, en una entrevista a ‘Vida Nueva’, en la que valora cómo Francisco “se esfuerza por demostrar la reducción de la autoridad global en favor de la reconciliación”.

Una severa fractura

Este peregrinar conjunto no está exento, sin embargo, de minas. El inquebrantable respaldo de Kirill, patriarca de Moscú, a la invasión rusa de Ucrania ha generado una severa fractura –no solo en la esfera de la ortodoxia, sino en todo el orbe cristiano–, en tanto que ha puesto de manifiesto cómo la ideologización de la fe puede desembocar en una alineación con el poder que justifica toda violencia. Este bache, al igual que las desavenencias doctrinales, no puede ni debe frenar una comunión, hoy por hoy imperfecta.

Si a nivel institucional se percibe este acercamiento, la proximidad, o ‘projimidad’, es aún mayor en el ecumenismo de la caridad, esto es, cuando los cristianos superan las barreras de su apellido para arrimar el hombro como hermanos en proyectos que ponen a los crucificados y la defensa de su dignidad en el centro. Es ahí donde el mandato de Jesús difumina cualquier disquisición teológica: “Que todos sean uno, para que el mundo crea”.

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